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Me opongo rotundamente a que la visibilidad de la mujer pase por ser paseada en andas dentro de una vagina de plástico. Y es porque, ... además de tratarse de una esperpéntica bufonada, tiene un “noséqué” que da asco y repelús. Si las partes pudendas no son lo más bello o limpio del cuerpo humano, ¿por qué este empeño por hacer valer a la mujer con lo más antiestético de su anatomía?
Cinco años después de que tuviera lugar la procesión sevillana de las “soberanas del coño” –así se autoproclama la penitente cuadrilla–, estas vuelven a apelar a la libertad de expresión a las puertas de los juzgados. Es lamentable ver cómo degrada a la mujer tal libertad de expresión. Una libertad que además de chillar como una urraca, se abre de patas y orina en mitad de la calle, o altera el orden público con toda suerte de ordinarieces y marranerías. Y lo que es peor, ni la Ley parece tener Ley para protegernos de tanto libertinaje. Poco me parecen como desagravio los tres mil y pico euros que pide, según he leído, la Fiscalía. Sorprende también que para conseguir sus objetivos, siempre se recurra a la “teofobia”. Porque nada serían tan desvergonzadas nazarenas si no insultan y ridiculizan a un Dios al que hoy hay que honrar en silencio para que no te señalen con el dedo o te escupan alguno de esos venenos que guardan en sus lenguas corrompidas. Pero así estamos. En esta convivencia cafre, arrogante, patológica y temeraria, que no sabemos lo que tardará en hacer ¡pum! y saltar por los aires. El futuro puede ser desolador. Hay demasiado odio ideológico como para ser optimista en estas “Democracias suicidas” de las que habla en su último libro César Antonio Molina. Acaba de enviármelo. Agradezco que el autor haga uso de su libertad de expresión con tanta erudición, respeto y elegancia. Uno de los capítulos del libro nos invita a “volver a fray Luis, volver a Unamuno, volver a Salamanca”. Menos mal que hay quien cree que aún se puede sobrevivir a este mundo de díscolas, blasfemas y vulgares.
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