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Cuanto más vivo (y vivo mucho), cuanto más pienso (y pienso mucho), cuanto más disfruto (y disfruto mucho), más sufro; y sufro porque no soy ... ajeno a la imperfección programada que me rodea: voy por la calle santiguándome, maldiciendo mi suerte, maldiciendo la desigualdad real, que nada tiene que ver con el postureo “woke”. Tengo déficit de soberbia y vanidad, y por ello un simple puesto de flores y su vendedor me emocionan. Por alguna extraña pero bendita razón que yo atribuyo a la genética y a la educación, siento que me mantengo al margen de una sociedad en descomposición en la que la tecnología y la (des)información nos está robando el alma y el tiempo. O nos armamos humanamente y a la carrera o seremos simples clientes de “Amazon”. La soledad de la fibra óptica. (Nota a este párrafo: recomiendo la lectura de “Infocracia”, el último libro de Byung-Chul Han)
Abro el periódico, el único lugar en el que se puede encontrar todavía cierto sosiego informativo y por tanto reflexivo, y la estúpida realidad de la sociedad está derivando en noticias que rozan lo paranormal, como dedicar dos páginas de un diario nacional a quienes buscan el reconocimiento “legal” de sus hijos con muerte prenatal (con muestra de foto enmarcada de la ecografía y huellas del feto incluida) ¿Acaso el dolor profundo, la frustración personal no es suficiente para sobrevivir en la incertidumbre del destino? ¿qué busca esta sociedad expuesta sin rubor al show? Lo dicen: que un bebé con muerte prenatal figure en el libro de familia para dotarlo de “personalidad” o que el padre tenga el permiso por paternidad... Todo esto me recuerda a aquellos millonarios texanos que eran enterrados en sus “Cadillac” o quienes pretenden que sus perros les hablen. Lo excéntrico se ha hecho popular y ya no queda sitio para la dignidad, para la introspección, para el dolor único e intransferible. Normalizamos el aborto, el terrorismo, la corrupción, la mediocridad como rutinas, pero pedimos personalidad para los bebés nacidos muertos. El dolor como espectáculo. El aburrimiento como ocio. El anonimato como derecho a la fama: yo también soy “la reina del pueblo”. Hemos entrado en barrena. En la estupidez y la temeridad de destruir lo establecido, no todo vale, y no pueden tratar de someternos a todos con sus severas limitaciones y complejos, como hace, sin ir más lejos, el Gobierno desalmado y obsceno de Sánchez.
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