Despiporre pandémico
Lunes, 5 de julio 2021, 05:00
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Lunes, 5 de julio 2021, 05:00
La juventud es impetuosa y alocada. Es intrínseco a esta etapa. Solo hay que echar la vista atrás y repasar lo políticamente incorrecto que hacíamos ... por aquellos años los que hoy somos adultos. Nadie está libre. Por eso no me gusta criminalizar a los zagales como colectivo, pero tampoco elevarlos a los altares. Hay aspectos en los que son mejores que mi quinta, por ejemplo, y otros en los que no.
Lo que hemos vivido semanas atrás con el escándalo de las fiestas de fin de curso en Mallorca y otros puntos del país sobrepasa todos los límites. No son ni travesuras juveniles ni gamberradas de mal gusto. Es un comportamiento delictivo que tiene unas consecuencias inimaginables en la maltrecha economía española y, ya veremos, si también en el ámbito hospitalario. Quiero romper una lanza por aquellos jóvenes que han tenido y siguen teniendo un comportamiento ejemplar. Aquellos que, obviamente, quieren divertirse, y lo hacen con su grupo de amigos habitual porque es bueno que lo hagan. Aquellos que comprendieron desde el minuto 0 la gravedad del asunto y protegieron a sus padres y abuelos. Por eso jamás se puede generalizar ni meter a todos en el mismo saco.
Sin embargo, la caterva que se fue a Mallorca como una manada de lobos con el único objetivo de convertir cada noche en una bacanal merece todo mi desprecio. Ellos y unos padres que, con la frase de “tienen derecho a divertirse después de lo que han pasado”, han permitido semejante ignominia. Porque este año no tocaban viajes de este estilo. Había otras cientos de opciones para despedir el curso sin tener que comportarse como animales desatados. Porque en la isla balear se ha producido un despiporre pandémico en el que estudiantes madrileños, gallegos, vascos, andaluces... se han juntado cada noche a beber y a fornicar como si no hubiera un mañana. Y eso en estos momentos y, sintiéndolo mucho, no tocaba.
El problema es que se creen con derecho a ello. Que a estas alturas no nos hemos metido en la puñetera cabeza que el mundo ha cambiado, al menos por un par de años. Que nuestra vida occidental y de confort ha saltado por los aires y puede volver a hacerlo en cualquier momento. Que no existe un contrato donde figure que esos privilegios son inamovibles. Algo que no pasa en el África subsahariana y en algunos países centroamericanos y asiáticos. Allí saben que un huracán, una sequía o un terremoto pueden acabar con todo lo que tienes. De la noche a la mañana y sin previo aviso. No hay zona de confort. Todo es volátil y efímero. Hasta que no nos metamos eso en la cabeza, no habremos sacado la gran lección de la pandemia.
Dicen que han perdido un maravilloso año de sus vidas. ¿Y los de 80 años que puede que les resten cinco o siete por delante y han renunciado a las pocas actividades que podían realizar? ¿Y los niños de 5 o 7 años que se han comportado de manera ejemplar? Sería bueno recordar que los jóvenes que fueron a la Guerra Civil española no solo perdieron un año de sus vidas. Perdieron tres y, la mayoría, mucho más que eso.
Por eso me asquea ver, no solo ese comportamiento, sino su justificación. Indecente fue la revuelta a los supuestamente negativos que estaban, con buen criterio aunque sin respaldo legal, encerrados en el hotel de Palma. Los hechos le dieron la razón al Gobierno balear cuando algunos de esos jóvenes dieron positivo en el test de antígenos que se les practicó de regreso. Otros ni tan siquiera se lo hicieron y están en sus ciudades contagiando a diestro y siniestro. Y algunos se escaparon esparciendo el virus por aviones, salas de espera y sus propias casas. Demencial.
Afortunadamente, los contagios en este grupo de edad no harán que aumenten los ingresos, pero sí una incidencia que puede provocar que terceros países nos metan en sus listas rojas. ¿Esto qué quiere decir? Que cientos de turistas renuncien a visitar España este verano. ¿Qué pensarán en Canarias, Santa Pola o la propia Salamanca? Más pérdidas, más despidos y más pobreza. Pero eso no es importante. Lo urgente era celebrar la orgía de final de curso.
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