Desolación y orgullo
Lunes, 21 de septiembre 2020, 05:00
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Lunes, 21 de septiembre 2020, 05:00
Finalmente, había algo mucho peor que la incertidumbre con la que hace solo unas semanas contemplábamos el inicio de este otoño. Era la certeza, que ... hoy ya tenemos de manera plena, de que a todos aquellos interrogantes que entonces nos planteábamos les esperaba una respuesta negativa. No, las primeras reapariciones veraniegas del virus no eran meros rebrotes que fueran a controlarse con rastreadores y PCRs, sino una verdadera “segunda ola” de la pandemia. No, las medidas que estaban tomando las comunidades autónomas no iban a surtir efecto y los contagios se iban a disparar. No, no habría rectificación en la gresca política del “todos contra todos”, sino que esta seguiría creciendo ominosamente. No, tampoco habría en España una recuperación económica, ni en “v” ni en “u” ni, por ahora, en ninguna otra letra del abecedario. Y no, en Salamanca no habíamos aprendido la lección: al revés, estábamos abocados a ocupar de nuevo en la clasificación de las provincias españolas más afectadas por la pandemia un lugar destacado que no nos corresponde ni por nuestro tamaño, ni por nuestras condiciones demográficas ni por nuestro emplazamiento geográfico.
Se comprende la desolación general ante el panorama. Porque hoy está claro también que aquí, en realidad, ha fallado, está fallando, prácticamente todo. El gobierno de España, que en marzo reaccionó tarde; luego solo pudo contener el virus a las bravas; después permitió una desescalada precipitada y adornada de mensajes triunfalistas que desorientaron a la mayoría; más tarde se quitó de en medio y ahora, para descolocar a sus adversarios, abre de nuevo la carpeta de la “guerra cultural”. Una oposición desnortada, que ni consigue éxitos en su pertinaz propósito de erosionar al gobierno ni es capaz de presentarse como alternativa creíble para casi nadie. Unas comunidades autónomas que, en su mayoría, han mostrado en la gestión de la crisis un grado de incompetencia comparable –y en algún caso superior- a la del gobierno. Y una población en la que sectores minoritarios, pero no insignificantes muestran una irresponsabilidad en sus comportamientos sociales que han acabado comprometiéndonos a todos. Es como si estuviéramos ante un fallo sistémico, multiorgánico, que hubiera desnudado problemas de fondo en el funcionamiento de nuestro Estado y nuestra sociedad solo intuidos hasta el momento: piénsese, por ejemplo, en los tremendos problemas de gestión que se han reunido en torno a los ERTES o al pago del Ingreso Mínimo Vital, o en la manifiesta incapacidad de asegurar la ejecución de las medidas de distanciamiento social no solo en el ámbito familiar sino en calles y plazas atestadas a la luz del día, como sucede en la propia Salamanca.
Se comprende también por ello el desaliento de todos aquellos (muchos, muchísimos) que sí han estado durante estos meses a la altura de las circunstancias, respetando escrupulosamente todas las normas emanadas de las administraciones y redoblando los esfuerzos en su trabajo diario en condiciones cada vez más difíciles. El personal sanitario, por supuesto, en primer lugar, pero con él todos aquellos servidores públicos (y no solo de las administraciones, sino también empresarios y trabajadores del sector privado) y ciudadanos de cualquier condición que han permitido que este edificio, aunque tambaleante, siga en pie.
Sin embargo, a pesar de la actual situación catastrófica y la seguridad de que a corto y medio plazo nos espera un futuro muy sombrío, tenemos que lograr que no nos abandone al menos el orgullo, aquel que merecen cuantos están dispuestos a cumplir con su deber. A quienes tenemos además el privilegio de disponer de una tribuna pública, por modesta que sea, nos compete la obligación adicional de no recrearnos en el desastre y seguir defendiendo con decisión aquello en lo que creemos. Por mi parte, tengo que decirles que confío particularmente en el poder transformador de la educación, de la ciencia y de la cultura y que mi intención, en esta situación crítica en la que vivimos, es la de reivindicar desde estas páginas su importancia decisiva para la salida del marasmo en el que nos encontramos. Ocasiones, desde luego, no faltarán. Esta semana, por ejemplo, investigadores españoles han difundido a través de la plataforma change.org una petición dirigida al Ministerio de Ciencia en la que, una vez más, se pone de manifiesto el riesgo de colapso de nuestras estructuras científicas, con una inversión pública en ciencia del 1,29% del PIB, frente al 2,5-3% de los países más cercanos, menor a la existente hace 10 años; sin políticas sostenidas de apoyo a la formación y captación de talento; y con todas las trabas burocráticas imaginables que dificultan el trabajo de los científicos. La petición aspira a conseguir 500.000 firmas y en el momento en que escribo estas líneas solo ha sido suscrita por 378.250 personas. Anímense, por favor.
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