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La fama se la acabó llevando un extranjero, como casi siempre, un danés en este caso concreto, pero la historia es más nuestra que el ... Duero. Se lo pueden preguntar al profesor Emilio de Miguel, que de esto sabe: El conde Lucanor. De lo que contesció a un rey con los burladores que fizieron el paño. Ya caen, ¿no?
“Señor conde -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo”.
En el siglo XIV no ser hijo legítimo de un padre era asunto serio, que, entre otras cosas, impedía heredar. Así que aquel rey dijo que venga, a tejer. Y que se pondría el traje con esa tela única el día de la fiesta mayor y así mostrar su poder a todos y, de paso, quedarse con alguna que otra jugosa herencia desenmascarando a ilegítimos.
A ver quién era el guapo que decía que no veía nada. Y así fueron tragando todos, el rey el primero, a quien no ver la tela le supondría todo un problema dinástico, y acabó, su majestad, desnudo por la calle. Algo inquieto, pero desnudo.
Unos cientos de años después, nos hemos visto en las mismas con el malhadado Peace City World. De momento nos deja: un asesor municipal, o hábil tejedor de tela invisible, llevado ante la justicia por falsificación de documento público (no viene en la historia, pero quizá al rey del cuento también lo deslumbraron los pícaros con un título falso de la mejor Boutique de tailleur de París). Un concejal desposeído de sus competencias, que no de su sillón en el salón de plenos, que sigue diciendo que, si te fijas bien, al trasluz, cuando cae la tarde, algo de tela sí que se ve en el traje del rey. Una comisión de investigación que previsiblemente se apruebe mañana y que nos dirá cuánto costaron los telares para ese tejido invisible. Y, sobre todo, un montón de gente que ahora lamenta no haber tenido una gripe muy fuerte el día fatídico del congreso y la firma de aquel protocolo. Sí, ese día en el que una quincena de representantes públicos, con su banda de Míster y Miss Dubai respectivamente, proclamaron que el traje del rey era precioso y que también querían uno para sus fiestas.
Ahora todo el mundo dirá que ya se lo veía venir, pero ese día no faltó nadie. Reflejo de muchas cosas tristes y obvias y, también, de la falta de posibilidades de sentir ilusión por un futuro lastrado por el olvido eterno de otras administraciones.
¿Tan mal estamos como para echarse en brazos de esos costureros de oriente? Parece que sí, porque esos que hoy se “hacen espaldas” entre ellos, tratando de convencerse de que aquello nunca ocurrió, quizá aceptaran ir desnudos, con su banda al pecho, solo por si acaso.
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