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M E gustaría estar ahora mismo en Nimmo Bay, escribiendo, haciendo yoga, o haciendo nada, y sin más preocupación que esperar el momento de tomar ... el hidroavión que me llevara de vuelta a la civilización, es decir, a la jungla, a este mundo de locos... confinados. Bueno, atrapados sería más correcto; atrapados sobre todo en la incertidumbre, en qué va a ocurrir en las próximas semanas, en los próximos meses, qué clase de marionetas seremos -seguiremos siendo- en manos de esta tropa de políticos desalmados y canallas...
Pero no, estoy en La Armuña Bay, donde los mares son de tierra, las coníferas escasas, y el futuro lejano. Y es ahora, entiendo, cuando no deberíamos relajarnos ni darlo casi todo por perdido, y recuperar una visión más local que global, aunque nunca hay que olvidar la necesaria perspectiva, claro.
Y... ya que ha venido la crisis del coronavirus, sepamos ver en mitad de la tragedia una oportunidad; y no me refiero a mejorar el teletrabajo y las compras en Internet, pues ya hay quienes ven en la situación -si es que no ha sido un diseño postcapitalista- otra herramienta para continuar con la nueva sociedad, la del ciudadano recluido en casa: cerveza, sofá, Netflix y, ahora teletrabajo... Y Salamanca, por ejemplo, como vengo insistiendo desde que éramos “libres”, podría ser el laboratorio perfecto para abordar los nuevos tiempos y sus tecnologías, pero sin dejar de tener los pies en el suelo; una sociedad hiperconectada a la red wi-fi, pero humanamente activa en sus relaciones, en sus paseos, en sus estudios, en sus compras, en sus vinos. Es un error mirar a Nueva York, a Madrid, a Londres... Hay que mirar más a una sociedad, no tan lejana, en la que no existían ni Internet ni los móviles, una sociedad, pongamos que hablamos de Salamanca, que se citaba sin citarse en “la calleja” de nuestros abuelos y padres, en “La Posada”, en las escaleras de “La Riojana”, en el “Baviera”, o en el “Chapeau”, como rememoraba hace unos días con mi amigo José San Román, otro nostálgico de “la vida... tal como era”, con permiso de Robert Redford, Barbra Streisand y Sydney Polack. Hay que regresar a una sociedad en la que se hablaba en las aulas, en los cafés, en las aceras, donde no se resolvían los negocios, se revolvía la vida misma, que es justo lo que hemos perdido. Y más allá de lo costumbrista, ofrecer un lugar estupendo para vivir sería en sí mismo una “industria” espléndida: sin necesidad de ser un anacoreta o un solitario de lujo por tres días en la Columbia Británica canadiense, Salamanca y su provincia pueden ser ese lugar.
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