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El municipio de Arapiles viene a conmemorar por estos días uno de los conflictos bélicos que pondría en grave riesgo la integridad de España: la ... Guerra de la Independencia. Una guerra que dejaría una huella traumática y profunda en las generaciones posteriores a la contienda, no solo por el engaño manifiesto con el que los franceses entraron en el país (¡venimos solo de paso, camino de Portugal!, dijeron mintiendo), sino por la impiedad con la que los galos actuaron ante la población civil, azuzados por la ambición irrefrenable y tiranía de su jefe, Napoleón Bonaparte: el “Ogro de Ajaccio”, el “Usurpador Universal”... Apodos de desprecio que, además de al Emperador, alcanzarían también a sus mariscales. Cabe citar por ejemplo aquí, cómo a algunos perros se les dio en llamar Sul, por eso de que la saña de sus dientes recordaba la mordacidad de las tropas que estaban al mando del Mariscal Soult, el que fuera primer dirigente del ejército imperial dentro del territorio español.
Muchas son las referencias historiográficas, coplas y narraciones literarias que tienen a Salamanca capital y a los pueblos salmantinos como protagonistas de aquella enorme escaramuza. Y entre ellas la Batalla de Arapiles, librada el 22 de julio de 1812, de la que se escribiría un relato de lucha espeluznante, tras una gran tormenta eléctrica que teñiría de rojo la noche del Arapil Grande y el Chico, los dos montículos que sobresalen en la llanura del hoy tranquilo pueblo de Arapiles. Un Sitio Histórico a tener en cuenta en nuestras rutas turísticas, y al que el artista salmantino Daniel Martín ha puesto detalle histórico y sello artístico, en un mural de dimensiones y ejecución admirables.
“No, Sire, estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”, le había advertido José Bonaparte a su hermano Napoleón, barruntando lo que estaba por venir. Pero poco le importaban al Emperador los sermones de su hermanito mayor. “Tú dedícate a ser Rey de España y no entorpezcas mi camino”, vino a decirle, y, como perro carea, le tuvo de un ‘lao pa otro’, hociqueando las puertas para matar el hambre, por ver si algo de cierto había en la copla: «Entraremos en Salamanca/ donde habrá buenas meriendas./ Beberemos cada uno/ de dos a cuatro botellas,/ saquearemos la ciudad / que hay mucho de comer en ella/ y mataremos a la mitad/ moradores que hay en ella».
Antes de que el ejército español y las tropas aliadas pudieran celebrar la victoria, el rey José I hubo de conformarse con un puñado de bellotas que en Mozárbez le dieron para cenar. Le estuvo ‘bien pintao’. Al invasor y al intruso, comida de cerdos.
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