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Ni diez meses hacía que se había afiliado al partido y no había desempeñado nunca ningún cargo político. Con unos cuantos títulos de universidades privadas ... y su campeonato regional de equitación como equipaje, Juan García-Gallardo cumplirá un año la próxima semana en la vicepresidencia de la comunidad. Allí lo puso su jefe nacional, el mismo que soñó ser el elegido de Dios para salvar a la patria.
Hace pocos años, cuando apenas tenía edad para votar, García-Gallardo defendía el nombre de Mario Conde como hombre de Estado. Un año cumple en el puesto, ya decía, gastando diez veces más en sueldos –incluido el suyo y el de sus tres altos cargos– que en gestión. Qué menos, si vino a acabar con los chiringuitos, como la proyectada Oficina de Prevención y Lucha contra el Fraude y la Corrupción, de la que nunca se ha vuelto a hablar en las Cortes de Valladolid. El pasado lunes, el vicepresidente vino a Salamanca para ofrecer a unos cuantos estudiantes el sabio consejo cartesiano de la duda metódica. Excelente principio, aunque no estoy demasiado seguro de si esa dosis de escepticismo para bachilleres será compatible con el pin parental que propone su partido. Lo que sí me atrevo a afirmar es que se expuso innecesariamente cuestionando si el dióxido de carbono contamina el medio ambiente, como también arriesgó cuando, sin que nadie le diera vela, fabuló en torno a ese desdichado protocolo antiaborto, pretendidamente obligatorio, que de vez en cuando resucita para salir en los papeles. Ya lo dijo él mismo: “no sé mucho de embarazos”.
Merecen comprensión las faltas que derivan de la ignorancia, pero no cuando vienen envueltas en superioridad moral y desprecio al prójimo. ¿Para qué buscar otros motivos, si la verdadera causa de la despoblación es que “... la gente joven tenga sexo por placer en lugar de para tener hijos”? ¿Para qué respetar a un discapacitado, si se le puede tratar “... como si fuera una persona como todas las demás”? ¿Para qué voy a respetar a mi predecesor en el cargo, si puedo llamarlo, con luz y taquígrafos, “imbécil” y “presunto delincuente”? Y luego está lo del concierto de Villardeciervos, que comenzó siendo solidario y se quedó en nada. Como si la dinamización los pueblos de la Sierra de la Culebra dependiera de que el Gobierno regional financie un sarao en el que cada cual cobra su caché. ¿No habría sido mejor preguntar a los damnificados por el destino de los 160.000 euros que iba a costar esa “promoción turística”?
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