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No han faltado voces admonitorias advirtiendo contra las agresiones sufridas por el planeta y la forma de defensa -o de venganza- que nos inflige mediante ... una crisis que podríamos denominar ecosocial. No falta quien aprovecha para llevar el agua a su molino y apela a los abusos del ser humano contra la naturaleza. El cambio climático sería una muestra de esa “venganza”; las pandemias -las actuales y las aún por llegar- constituirían otra cara de la misma moneda, junto con los devastadores incendios, las inundaciones y demás desgracias para el ecosistema. Hemos transgredido los límites biofísicos de la tierra y estamos recibiendo nuestro merecido.
Virus, bacterias, gérmenes y otras sustancias han convivido siempre con nosotros. Están en lo que comemos y bebemos, en lo que tocamos, desde el mando de la tele hasta el teclado del ordenador, pasando por interruptores, cerraduras, barandillas, etc. Forman parte de lo cotidiano y así lo asumimos. Hasta que aparece un virus concreto, se desmanda y lo pone todo patas arriba.
Dicen los apocalípticos que el capitalismo, el colonialismo, el eurocentrismo y otros “ismos” nos han llevado a esta crisis. Por cierto, entre los “ismos” no suelen incluir el comunismo, ni tampoco el populismo (¿por qué será?). De nada sirven los discursos moralizantes ante la contundencia de una plaga como esta que ha afectado a las relaciones sociales en todo el mundo. ¿La causa? Un bichito invisible y susceptible de ser destruido con una pompa de jabón que ha conseguido trastocar el mundo. Solo a posteriori le aplicamos la llamada “teoría del cisne negro” para explicar algo que podía pasar pero que nadie supo detener. Toda una mutación geopolítica en la que en España el gobierno ha aprovechado para husmear en nuestras vidas, manipular mentiras y camuflar verdades.
Con virus o sin él, siempre habrá estímulos monetarios y financieros para los privilegiados. Seguiremos rindiendo pleitesía al poderoso caballero don Dinero. Porque las necesidades del sistema, momentáneamente “gripado”, están por encima de nosotros, sus humildes servidores. Las medidas han llegado tarde, como si los gobernantes temieran los efectos económicos de la pandemia más que a los “ajustes demográficos” derivados de ella. Pero el dinero no pudo comprar lo que no existía: mascarillas, respiradores, elementos de protección que no llegaron a tiempo, y laboratorios de investigación que se cerraron en su día con el pretexto de inaplazables recortes urgidos por la crisis económica anterior.
Ahora, en la atmósfera hay menos elementos contaminantes, dicen que ha disminuido la capa de ozono, mejora la calidad del aire y hasta puede que llueva más y en su tiempo. Durará poco, porque el frenesí consumista volverá por sus fueros cuando pase el susto. Y vuelta a empezar.
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