Denuncien para sobrevivir
Lunes, 19 de octubre 2020, 05:00
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Lunes, 19 de octubre 2020, 05:00
Cuando hace unas décadas los españoles empezábamos a concienciarnos de la lacra de la violencia de género, las campañas institucionales incidían en la necesidad de ... evitar el silencio cómplice. Que los vecinos de los maltratadores no se quedaran callados y alertaran a la Policía. A día de hoy todos lo tenemos claro: si en el piso de arriba se está produciendo un episodio de violencia intrafamiliar, marcaremos el 091 sin dudarlo.
Si algo nos tiene que enseñar el confinamiento perimetral de la ciudad de Salamanca es que ahora tenemos que luchar con más fuerzas que nunca contra una nueva lacra: la irresponsabilidad. Decía hace unas semanas que falta pedagogía para que todos tengamos claro que una fiesta en un piso no es una travesura de estudiantes. Es un comportamiento criminal. Y ante eso, solo cabe descolgar el teléfono y comunicarlo a la Policía. No se trata de convertirnos en chivatos ni espías. Es denunciar para sobrevivir. Para que una economía maltrecha no se siga hundiendo a pasos agigantados. Desde aquí se lo ruego: no les tiemble el pulso. Llamen y denuncien.
Porque el problema durante los próximos días no será que un salmantino vaya a comprar a Santa Marta o monte en bicicleta penetrando en el término de Villamayor. Todos sabemos que el caballo de batalla son los comportamientos irresponsables de una parte nada desdeñable de la población estudiantil (y también de muchos talluditos, por supuesto). ¡Y no me vengan con el cuento de la criminalización y la estigmatización! Decir alto y claro que la mayoría de jóvenes tiene una actitud ejemplar no impide que al mismo tiempo denunciemos que hay otra parte importante que pasa olímpicamente del coronavirus. “No es nuestro problema”, escuché decir hace unos días a una canalla a la que me niego a calificar como “universitaria”.
Que los jóvenes están liderando los contagios y los comportamientos irresponsables no es una leyenda urbana ni un bulo. Los datos son aplastantes. La incidencia en el tramo de edad entre los 15 y los 25 años se ha multiplicado desde el inicio del curso universitario en Salamanca. La zona de salud de San Bernardo-Oeste, donde residen gran parte de los estudiantes, ha incrementado la incidencia de la COVID-19 de manera alarmante con 126 contagios en los últimos siete días. Y para remate, las intervenciones por fiestas ilegales en pisos se han sucedido antes y después del confinamiento. No es un fenómeno exclusivo de Salamanca. Otras ciudades universitarias como Granada y Santiago están atravesando una situación similar.
No cabe duda de que estamos pagando justos por pecadores. Los que llevamos meses reduciendo al máximo nuestros contactos, viendo a los seres queridos lo justo y necesario y hablando con los amigos por teléfono, sentimos que nuestro esfuerzo se ha ido al traste por el pasotismo de otros. Me tranquiliza pensar que algunas instituciones saben dónde poner su dedo acusador. Valoro que el alcalde de Salamanca ponga sus esfuerzos en frenar esas fiestas ilegales. También la Junta de Castilla y León ha acertado al no suspender las clases universitarias al contrario de lo que se ha hecho en Granada. Si hay un lugar donde están controlados, ese es el aula. Afortunadamente no estamos en manos de ignorantes como Torra que cierra bares y restaurantes cuando estos negocios no son un foco de contagio como ya se ha demostrado. O María Chivite, que tiene Navarra hecha unos zorros, solo salvada por su capacidad hospitalaria.
Nadie pone en duda que una parte importante de la vida universitaria es la fiesta y la diversión. Pero si todos nos hemos sacrificado, ellos no pueden ser menos. Me admira ver cómo los niños de 10 años están dando un ejemplo de responsabilidad a los ‘chavales’ de 20. Jóvenes que deberían tener amueblada la cabeza y tener claro que son unos privilegiados en todos los aspectos. La ausencia de fiestas durante este año ni les va a traumatizar ni a volver tarados. Que dejen de llorar, porque otros están llorando de verdad por sus muertos.
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