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Ya está. Franco reposa junto a su esposa, tan querida por los joyeros y anticuarios, que huían de ella como de la peste, sin que ... su ausencia de Cuelgamuros, Valle de los Caídos, haya provocado la caída de la cruz que domina el paisaje y el resto del recinto. Tampoco se nos vino abajo la Plaza Mayor cuando en junio de 2017 se retiró su medallón, que abría la secuencia monárquica de la Plaza Mayor; al fin y al cabo, era un monárquico convencido, pero él no lo sabía. Nada ha pasado con el salón de plenos del edificio consistorial tras borrar su perfil medallero del mural de Melero (perdón por la rima), espacio en el que reside la soberanía municipal y democrática del pueblo salmantino. Los apocalípticos y agoreros están de capa caída. Ya antes, la llegada de la democracia limpió el callejero de Generalísimos, Caudillos, José Antonios, Sanjurjos, Molas, Mártires de Toledo, Héroes de Brunete y compañía; una limpieza que continuó con la Ley de Memoria Histórica, y que probablemente no haya finalizado. Franco, los suyos y lo suyo, tienen espacio en los libros de Historia, pero no en el de los homenajes.

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