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Hay que dejar a los niños que salgan a correr, sí. Pero solo correr, porque aquello del evangelio de “dejad que los niños se acerquen ... a mí”, que decía Jesucristo, de momento, no parece buena idea. Sin embargo, aunque todos lo sepamos y por eso hayamos tenido escondidos a los más pequeños en el fondo de nuestras casas, como los tesoros que son, ha sido sacarlos a la calle, ver sus caritas felices y olvidarnos de que la distancia de seguridad es indispensable. La desgracia de este confinamiento continuado es que, tal vez por ser el más estricto de Europa, nos está haciendo formularnos demasiadas preguntas. Al principio, entre el miedo, las canciones y los aplausos, parecía que ni nos cuestionábamos las medidas del Gobierno. Los muertos aumentaban cada día, los hospitales estaban a reventar y el número de contagiados era mayor a cada segundo. Así que no teníamos la sesera para nada que no fueran los aplausos, cantar o recitar en Internet, acabar con las existencias de la bodega y cocinar las recetas de Masterchef. Así nos sentíamos a salvo y casi en un mundo feliz. Pero, claro, los días fueron pasando y tras muchos asados y postres de chocolate, varios kilos de más y unas cuantas borracheras de vino del último aniversario, ya no había mayor que aguantara a los niños, ni niños que no pidieran a gritos salir da la calle.
Desde el Gobierno, viendo que la gente estaba a punto de descontrolarse y dejar de criticar el vestido rojo de cóctel de la ministra a y la corbata sin luto del Presidente, para pasar a acusarlos a todos de pésima gestión de la crisis, se pusieron a pensar. “¿Qué hacemos?”, se preguntaron. “Pues oye, dejamos que los niños vayan a la compra con sus papas”. Dicho y hecho. Los ciudadanos respiramos, pero solo unos segundos: “¿Al supermercado a tocarlo todo y a contagiar y ser contagiados?” El Gobierno en pleno se echó las manos a la cabeza. “Pero ¿a quién se le ha ocurrido tal memez?”, dijo Pedro Sánchez, mientras los ministros se apuntaban los unos a los otros. “Hale, que paseen una hora al día y ya está”.
Cambio realizado y todos a la calle. Después de casi dos meses de encierro, el aire parecía más puro,, las avenidas más bellas y hasta los vecinos más guapos. ¿Resultado de tal bienestar? Todo olvidado: las mascarillas, las distancias y hasta los horarios...Y ahí quería yo llegar, ¿de verdad que no se podían haber establecido horarios de salida para todos, por franjas de edad, mucho antes y con mucho más cuidado? Dejad que los niños salgan a correr, pero llevad cuidado y no olvidéis que los demás quieren correr y respirar también.
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