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Hace unos días se conmemoró el setenta aniversario (1949) de la publicación de un libro canónico, biblia y catecismo del feminismo. Se titula “El segundo ... sexo”. Fue su autora, Simone de Beauvoir, quien sostuvo por primera vez que “lo personal es político”, que en el contexto actual es algo obvio pero que a finales de los años cuarenta era muy novedoso. También fue ella quien usó de forma novedosa el término “patriarcado” y para distinguir los roles masculino y femenino, Beauvoir recurrió –muy inteligentemente- a la Odisea, donde Ulises muestra su independencia y autonomía frente a una Penélope encerrada en un destino que ya estaba escrito. Simone de Beauvoir nos muestra una masculinidad educada en la idea de un sujeto libre que se mueve por el mundo con iniciativa y audacia, creando y narrando su propia historia.
Pero hay una frase de Beauvoir que no está exenta de dogmatismo y ha dado lugar a mucha confusión en al actual feminismo. La frase es la siguiente: “No se nace mujer, se llega a serlo”, enfatizando así el factor cultural de la existencia femenina. Lo cual, leído hoy por el feminismo radical, ha llevado a negar que la biología y la genética tengan algo que ver con las diferencias respecto a los varones en asuntos tan obvios como los gustos y aficiones. Aunque está archidemostrado que existen diferencias entre los cerebros de los varones y las mujeres (1): “Negarse a reconocer los datos científicos sobre las diferencias sexuales es como negarse a admitir el cambio climático. Que tú no quieras ver un resultado o que no te guste por motivos ideológicos no quiere decir que no existe”.
Ahora acaba de aparecer en español un libro del neurólogo Robert M. Sapolsky (2) , donde habla, por ejemplo, del cerebro y su efecto sobre los comportamientos humanos. Así, describe que en la llamada corteza prefrontal está la ínsula, que genera sensaciones de repugnancia, especialmente frente a estímulos gustativos y olorosos. La ínsula también se activa en situaciones moralmente desagradables, como ver imágenes de una escena de violación. En estos casos, la activación de la ínsula se extiende a la amígdala con la que está conectada. Así se genera nuestra repulsa frente a la violencia, a menos que la repetida exposición a este tipo de sensaciones acabe generando un fenómeno de habituación. Quizá sea este un gran problema social que no ha recibido aún la atención que merece.
(1) Pinker, Susan: “La paradoja sexual”. Paidós. 2009
(2) “Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos”. Capitán Swing, 2018
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