De niño a patriarca
Miércoles, 18 de agosto 2021, 05:00
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Miércoles, 18 de agosto 2021, 05:00
Cuando quieres darte cuenta, ya has convivido con cuatro generaciones, no solo las de tu propia estirpe. Un día lejano conocí al padre de un ... niño con cara de pillastre, emancipado con 16 años, que toreaba como “El niño de la capea” y llevaba en su esportón el propósito de ser figura. Trasantier, siendo ya abuelo, le di la última enhorabuena por los éxitos propios y de su familia, de la que puede enorgullecerse. Hasta hoy, la alternativa triunfal en Bilbao con “Mireto”, de Lisardo; más de ochenta corridas muchas temporadas; la apoteosis de México; indiscutible figura, con mil ochocientas tardes jugándose las femorales; su afortunado enlace; la emocionante retirada besando la arena de La Glorieta; y la decisión de ser un buen ganadero y lograrlo.
No miro estos cincuenta años con nostalgia, porque no hay precisamente dolor, sino alegría. Habiendo bregado tanto en la vida y en los ruedos, Pedro Gutiérrez Moya –“capeando” temporales–, ha triunfado como torero, como ganadero, pero también como paterfamilias. ¿Hace falta decir que le tengo ley, y que permanece incólume nuestra amistad? Por una vez permítase a quien es de gatillo fácil, y austero en el elogio, enaltecer a quien sigue triunfando por estas fechas –en que la Fiesta Nacional renace–, en las personas de su propio hijo y su yerno, ambos toreos, y con sus reses del legendario encaste Murube.
Ser mayor y muy vivido, me ha permitido asistir a los profundos cambios socioeconómicos que han sucedido en Salamanca el último medio siglo. He visto cómo caían muchos tenidos por grandes, y alzarse con talento y esfuerzo a algunos desheredados de la fortuna. Ustedes seguramente también. Familias que fueron económica y socialmente notables, venirse abajo y personas nacidas en la indigencia que han llegado muy arriba. Sus nombres están en la memoria de todos. Y también he conocido fincas como eriales o montes descuidados, convertirse en vergeles. Es el caso de “Espino Rapado”, la finca charra de Pedro –adquirida a Paco Camino–, la más mejorada que he conocido en mi vida, donde hoy pastan reses herradas con la “C” de Carmen, de Capea, pero también de categoría, de clase, de casta.
Si tuviera que quedarme con un solo recuerdo de mi vieja devoción por el maestro, sería una noche en la capital de Jalisco, ante un público que lo idolatra, y ante la mirada atónita, conmovida, de los chicos de la escuela taurina que dirige Manolo, hijo del gran Carlos Arruza. Sin papeles, con el corazón en la mano, relatando sus difíciles comienzos. Y es que no todos los niños, querido Pedro, llegan a ser maestros como toreros, ni todos los hombres parecen patriarcas bíblicos.
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