Cuando el río suena
Lunes, 9 de agosto 2021, 05:00
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Lunes, 9 de agosto 2021, 05:00
SE puede beber agua del grifo?” he preguntado en más de una ocasión ante la cara de incredulidad de mi interlocutor. Podrá parecer una pregunta estúpida dadas las latitudes en las que nos encontramos. Yo no la encuentro así. Y eso que vengo de ... una tierra muy cercana al último de los Saltos del Duero, esas mega-estructuras que recorren el oeste de Zamora y Salamanca aprovechando los valles de Las Arribes y que, salvo el pago del canon correspondiente a los municipios en cuyo término municipal se encuentran las presas, no genera ningún revulsivo en sus poblaciones. Y eso que suponen la principal fuente de energía hidroeléctrica del Estado Español.
Dejando a un lado el expolio al que acostumbramos en las zonas rurales, la pregunta tiene su aquél. Como supongo que ocurrirá en otros muchos municipios del oeste, en mi casa el agua corriente es imbebible. Procedente de Cabeza de Horno, esta red de abastecimiento supuso para muchos municipios el fin de sus problemas con el agua. Pero, y aunque supongo que cumplirá todas las garantías sanitarias, el sabor es asqueroso. Impotable. Y no solo para el consumo. Recuerdo hace unos años -cuando todavía pasábamos prácticamente todo el verano en el pueblo- las conversaciones de las personas de mi entorno con el cabello largo que, ante la falta de costumbre del uso de esta red de agua, se quejaban de tener “el pelo como paja”. O el residuo seco restante que queda en la piel. Por no hablar de cuando en pleno bullicio veraniego, donde mi localidad duplica o triplica la población, la gente de la zona más alta del pueblo tiene que ver como en las “horas punta” de su grifo sale un chorrito irrisorio.
Podrá pensar el lector que son plañideras de un niñato con el paladar fino, pero le invito a que -aprovechando los meses estivales- se acerque por la zona, pregunte a cualquiera y pruebe un vaso de agua del grifo. Y ya de paso, disfrute de un día –o varios— conociendo el Territorio Vetón, visitando San Felices de los Gallegos, bañándose en Vega de Terrón o pateando el maravilloso entorno natural de Las Arribes del Sur. Y ya si se queda una semana, podrá comprobar como los nativos cargan sus coches de garrafas vacías y se dirigen al Caño Nuevo, al “El Guijo” de La Redonda, o a la fuente que se encuentra cerca de Guadramiro, a llenar los envases, realizando la misma operación cada varias semanas. Fuentes donde el agua sabe a lo que tiene que saber. Y por supuesto, nosotros no podemos quejarnos del todo. Ahora mismo hay múltiples municipios en Castilla y León donde no tienen si quiera suministro de agua potable. Desde Ribadelago en Zamora, hasta Lastras de Cuéllar en Segovia, donde han estado sin agua nada más y nada menos que siete años. Estos últimos, gracias a la lucha comunitaria del pueblo, el que siempre se erige como garante de la dignidad rural y ciudadana, parece que al final contarán con este servicio esencial.
Esta la enésima situación de abandono cotidiano al que nos vemos sometidos en esta autonomía. A la España rural no llegan las instituciones. Y es bastante lamentable que regalen las migajas para contentar “a esa humilde gente rural que nunca se queja” mientras planeamos ampliaciones billonarias de aeropuertos. Y tragamos. Tragamos con la falta de industria. De infraestructura. De transporte. Tragamos con que la Junta de Castilla y León no se plantee que hay vida a más de 20 kilómetros de Valladolid. Tragamos con una sanidad deficiente. Con habernos convertido en un atractivo circense del espectáculo de telerrealidad en el que estamos inmersos donde gente que al ver un prao con vacas cree que está en Jurassic Park, viene a hablar de nuestra realidad con un prisma estereotipado. Pero ya les digo, esta agua es intragable.
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