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Al revisar las páginas del abrumador suplemento que este periódico acaba de publicar, en el inicio de la conmemoración de su primer centenario, llama la ... atención la escasa complacencia con la que la mayoría de los colaboradores observan la Salamanca de hace cien años, aquella en la que vio la luz “La Gaceta”. Y no porque, desde el punto de vista histórico, ello suponga alguna deformación de la realidad (quien prefiera la miseria o el analfabetismo de aquellos tiempos al bienestar de los nuestros, por muy relativo o mediocre que sea, que se quede para él tanto la una como el otro), sino porque esa mirada ilustra una forma de acercarse al pasado bastante saludable, desprovista de los inconvenientes que mantienen heridas de pasado a nuestras sociedades y, por ello, lastradas a menudo para la convivencia en el presente y su proyección en el futuro. Ya sé que no es lo mismo hablar de la Salamanca de la Restauración que, por ejemplo, de la conflictividad social y política durante la Segunda República (ejemplo inmaculado de democracia para unos y madre de todos los males para otros) o de las víctimas de la Guerra Civil (que aún sigue dividiendo en términos de memoria a la sociedad española), pero siempre merecen ser celebradas las aproximaciones al pasado desprovistas de prejuicios y deformaciones, aunque solo se refieran a una “Salamanca en sepia” que, ciertamente, debe ser recordada sin nostalgias.

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