Cualquier tiempo pasado
Lunes, 17 de junio 2019, 05:00
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Lunes, 17 de junio 2019, 05:00
Al revisar las páginas del abrumador suplemento que este periódico acaba de publicar, en el inicio de la conmemoración de su primer centenario, llama la ... atención la escasa complacencia con la que la mayoría de los colaboradores observan la Salamanca de hace cien años, aquella en la que vio la luz “La Gaceta”. Y no porque, desde el punto de vista histórico, ello suponga alguna deformación de la realidad (quien prefiera la miseria o el analfabetismo de aquellos tiempos al bienestar de los nuestros, por muy relativo o mediocre que sea, que se quede para él tanto la una como el otro), sino porque esa mirada ilustra una forma de acercarse al pasado bastante saludable, desprovista de los inconvenientes que mantienen heridas de pasado a nuestras sociedades y, por ello, lastradas a menudo para la convivencia en el presente y su proyección en el futuro. Ya sé que no es lo mismo hablar de la Salamanca de la Restauración que, por ejemplo, de la conflictividad social y política durante la Segunda República (ejemplo inmaculado de democracia para unos y madre de todos los males para otros) o de las víctimas de la Guerra Civil (que aún sigue dividiendo en términos de memoria a la sociedad española), pero siempre merecen ser celebradas las aproximaciones al pasado desprovistas de prejuicios y deformaciones, aunque solo se refieran a una “Salamanca en sepia” que, ciertamente, debe ser recordada sin nostalgias.
La expresión “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, plagada de pesimismo, nos invita a la desesperanza y a la resignación de que nada bueno nos espera en el presente o el futuro. Por muy amable que resulte cobijarse en el tibio calor de los recuerdos, la nostalgia, como dicen los psicólogos, constituye una trampa, porque, aunque nuestra mente viva a menudo navegando entre recuerdos del pasado y fantasías del futuro, nuestro cuerpo vive en un constante aquí y ahora, y el presente conlleva siempre responsabilidades a las que debemos hacer frente, preferentemente sin procrastinar. Lo mismo sucede en el plano colectivo, cuando idealizamos el pasado y nos refugiamos en él. Hay entonces una nostalgia patológica, que identifica una determinada etapa del pasado como una “edad de oro” que, en realidad, nunca existió. Como la hay también -y esto resulta aún más peligroso- cuando se inventan agravios y el luto -lo que sigue a una pérdida realmente acaecida- se transforma en melancolía, en la que no sólo no está claro qué es lo que se ha perdido, sino que ni siquiera es seguro que se pueda hablar de veras de una pérdida. Lo escribió Freud y lo recordó hace años Jon Juaristi, al evocar magistralmente aquellas “historias de nacionalistas vascos” inmersos en un bucle melancólico que daba sentido a su libre decisión de asesinar. Y lo comprobamos ahora también en ese delirio colectivo del “procés”, que además de por otras muchas razones se explica por una verdadera indigestión de melancolía.
No es cierto, pues, que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero tampoco lo es ese otro tópico, de circulación cada vez más frecuente y que, en boca de políticos en momento de merecer, resulta tan irritante como inane, sobre todo cuando aparece desprovisto de la imprescindible concreción de algún proyecto: el que indica que “lo mejor está por venir”. Porque no, tampoco es así. Hasta los optimistas sabemos que el futuro nunca está asegurado, que el progreso -si se produce- tanto en la vida de las personas como en la historia de las sociedades o de las instituciones nunca es lineal, sino que a menudo se encuentra comprometido por decisiones erróneas, que derivan en perjuicios y retrocesos, no siempre reversibles. Basta asomarse a nuestro entorno más inmediato para comprobarlo.
Nada está escrito, pues, ni para bien ni para mal, y el futuro solo consiste en el presente que hacemos día tras día. Lo demuestra sin duda la historia de este periódico, un gran éxito empresarial noventa y nueve años después de su fundación, en una trayectoria en la que otros -muchos, prácticamente todos- se quedaron en el camino.
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