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Este ojo que observa, hoy... llora y está de luto.

Llora por los difuntos. Y digo bien, por nuestros difuntos. Me niego a usar la ... palabra muerto. Los muertos son estadísticas frías. Los difuntos tienen misas, oraciones, dolor, sentimientos de familias, desesperos en los corazones que se unen en la desdicha de la muerte. Tienen nombres y apellidos, una historia personal. Estamos de luto. Todos estamos de luto. De un luto intensísimo por la soledad que conlleva un enfermo o un último aliento de los que se consideran en los informes: líneas, tendencias, picos, curvas... ¡qué vergüenza! Estamos de luto por las familias que, en la impotencia, no pueden despedir desde el amor a quienes aman o recibir un abrazo o un beso o la compañía de todos aquellos que les quieren. Hoy todo queda inmerso en un wasap, que se ha convertido en un inmenso pañuelo de lágrimas, un ataúd de sentimientos y de acompañamientos virtuales. La dignidad del ser humano termina en una muerte digna. Estamos viviendo un tiempo de indignidad.

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