Borrar

En el “Cantar del Mío Cid”, cuyo manuscrito se expone en la Biblioteca Nacional, se lee la alegría de todos cuando “de parte Orient vino ... un coronado; el obispo don Jerome so nombre es llamado. De pie e de caballo era arreciado”. Aquel Jerome no es otro que don Jerónimo, “enlace entre el Cid y Salamanca”, según el archivero Florencio Marcos, que también aseguró que todos los recuerdos que en nuestras catedrales se conservan del “Campeador” o pertenecieron a don Jerónimo o son la consecuencia de la devoción salmantina a esos recuerdos que trajo de Valencia, concentrados todos, sin duda, en la imagen del Cristo de las Batallas. Hay documentos firmados por el Cid y su esposa, Doña Jimena, pero ese cristo románico... La verdad es que tenemos sobre él más sombras que luces, pero hay mucha fe detrás y un rosario de pinturas de sus milagros en la Catedral Vieja, que lo certifican, junto a una prodigiosa piedra colgada. Somos, en fin, una ciudad del Cid, ahora que su figura vuelve a emerger, como surge la desconfianza cuando llega el examen de Selectividad (EBAU) bajo la idea de que no se juega limpio o que las oportunidades no son las mismas: hay quien dice –y está estudiado—que los de aquí están penalizados por el hecho de serlo. Suerte, en todo caso, para esa romería de jóvenes aspirantes a la universidad, mientras los demás nos preparamos para el muy romero, concurrido y devoto domingo de pentecostés y el desenlace de los pactos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Sigues a Santiago Juanes. Gestiona tus autores en Mis intereses.

Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lagacetadesalamanca Coronado y arreciado