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En el “Cantar del Mío Cid”, cuyo manuscrito se expone en la Biblioteca Nacional, se lee la alegría de todos cuando “de parte Orient vino ... un coronado; el obispo don Jerome so nombre es llamado. De pie e de caballo era arreciado”. Aquel Jerome no es otro que don Jerónimo, “enlace entre el Cid y Salamanca”, según el archivero Florencio Marcos, que también aseguró que todos los recuerdos que en nuestras catedrales se conservan del “Campeador” o pertenecieron a don Jerónimo o son la consecuencia de la devoción salmantina a esos recuerdos que trajo de Valencia, concentrados todos, sin duda, en la imagen del Cristo de las Batallas. Hay documentos firmados por el Cid y su esposa, Doña Jimena, pero ese cristo románico... La verdad es que tenemos sobre él más sombras que luces, pero hay mucha fe detrás y un rosario de pinturas de sus milagros en la Catedral Vieja, que lo certifican, junto a una prodigiosa piedra colgada. Somos, en fin, una ciudad del Cid, ahora que su figura vuelve a emerger, como surge la desconfianza cuando llega el examen de Selectividad (EBAU) bajo la idea de que no se juega limpio o que las oportunidades no son las mismas: hay quien dice –y está estudiado—que los de aquí están penalizados por el hecho de serlo. Suerte, en todo caso, para esa romería de jóvenes aspirantes a la universidad, mientras los demás nos preparamos para el muy romero, concurrido y devoto domingo de pentecostés y el desenlace de los pactos.
Habló de ello, de los pactos, Marcos de Quinto, también coronado, por la economía mundial, y arreciado, que hay que tener valor para entrar de golpe en la política, en la cita del Foro GACETA del lunes. Años atrás, cuando era ejecutivo de Coca Cola, en un encuentro de la Asociación de Periodistas Europeos dijo que hay que estudiar y olvidar lo estudiado, que todos entendimos en la sala como una necesidad de innovar en todo momento, de romper con lo aprendido, la doctrina, la ortodoxia. También en política, donde se difuminan las líneas que separan derechas e izquierdas, o eso aseguró en Salamanca. Trabaja muy bien las ideas y se cuida de hacer frases perfectamente construidas con ellas, con afán de que perduren. Estuvo el domingo firmando libros en la Feria del Libro de Madrid con los Muñoz Molina, Almudena Grandes, Juan José Millás, Nieves Herrero o Boris Izaguirre, pero también con nuestros Antonio Colinas, Íñigo Domínguez –impresionante su “Paletos salvajes”—o Carme Chaparro. Eché de menos a Javier Martín, premio Cirilo Rodríguez de corresponsales, pero otra vez será. Aquello es el paraíso de los mitómanos y una parte de mi lo es. No hay día sin su ración de famosos escritores, algunos de los cuales salen en la tele, como Vicente Vallés, Miguel Ángel Aguilar, Raquel Sánchez Silva, Nativel Preciado, Pilar Cernuda, Isabel San Sebastián o Manu Marlasca y Miguel Ángel Revilla, que firmaban el domingo a 36º. Al día siguiente, lunes, mi médica de familia también firmaba recetas en su consulta de tarde a 30º. De vez en cuando, cada dos pacientes, dejaba la puerta abierta para respirar. En algún momento a alguien se le ocurrirá que es buena idea mejorar las condiciones de consulta en el “Filiberto Villalobos” para días de calor.
El mismo calor que ha abrasado la tierra: cuando uno, viniendo a Salamanca, deja a Ávila atrás y tiene ante sí las tierras llanas se le caen los ojos y detrás el alma. Todo seco, agostado, hasta que llegas al regadío de Babilafuente. Da para pensarlo en este Día del Medioambiente y no me refiero a unas rogativas al Cristo de las Batallas, que también puede ser.
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