Consejera, un cuento
Lunes, 15 de noviembre 2021, 04:00
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Lunes, 15 de noviembre 2021, 04:00
Donbina vive sola en su pueblo de 72 habitantes y a sus 86 años tiene a todos los hijos y las nietas colocados en Barcelona. Pero la edad no perdona y ve que la salud le empieza a fallar: lleva unos días con la tripa ... revuelta y aunque no le da importancia, nota que algo no va bien. Como no quiere preocupar a sus hijos, decide esperar hasta el jueves, que sabe que es cuando viene la médica.
Por su malestar, esos días no sale de casa, por lo que no ve a su vecina Julia. Julia y ella son las únicas que quedan en su calle, pero su vecina no puede acercarse porque se retorció el tobillo. Como también vive sola, el alguacil tuvo que llevarla a urgencias hospitalarias, a hora y media en coche. Tras dos días sin verla, Dombina la llama por el fijo para preguntarle por el pie y contarle lo suyo. Julia le dice que el jueves le toca revisión, que le acercará al consistorio su sobrino, por lo que quedan en verse allí.
Llegado el jueves, Dombina se dirige a la plaza del pueblo, pues el consultorio lo habilitaron en el Ayuntamiento. Al llegar, se encuentra en la puerta al hermano de Julia. Solo. Le cuenta que ha habido un desperfecto, por lo que su hijo, el que tenía que haber llevado a Julia y el único operario municipal, no ha podido traerla. Además, ya no hay Secretario, por lo que tienen que esperar a los sanitarios fuera. Dos horas después, la médica no aparece. Pero allí siguen. El hermano, que necesita sus recetas ya que la del botiquín no le fía más; y Dombina, que, tras contarle su mal al señor, este le responde que a un primo suyo le pasó algo así, que llame a sus hijos. Como no aparece nadie, Dombina vuelve a casa y enciende la televisión. En las noticias, escucha a la Consejera diciendo que a partir de ahora las consultas médicas solo se atenderán con cita previa. En la TV explican que puede hacerse por teléfono o a través de una app. Como no sabe qué es nada de eso, decide llamar al número que aparece en pantalla. Tras cuatro veces en las que la línea se interrumpe sola, al final descuelgan. No entiende nada: la voz habla rápido pidiendo que apriete números.
Dombina pasa toda la tarde adormilada. Solo perturba su sueño el sonido de una sirena a toda prisa. La señora nota que no se encuentra bien. Llama a Julia, para ver si su sobrino puede acercarse. No quiere asustar a sus hijos. El sobrino se presenta en seguida, con el alguacil, y al verle la cara, deciden llamar al 112. Dombina, con media voz, pregunta por la sirena. El alguacil dice que fue una ambulancia, que alguien se ha chocado con un jabalí. Tras esperar treinta minutos, deciden volver a llamar a emergencias. La operadora, con buen hacer, dice que la ambulancia de su Zona Básica de Salud está ocupada por el accidente, que han llamado a otra, pero que acaba de terminar un viaje al hospital, por lo que mínimo, tardaría cuarenta minutos. Se plantean subirla en coche hasta el hospital, pero no la ven con fuerzas suficientes. Dombina dejó de participar en la conversación hace rato, cuando, tras dos horas desde la primera llamada, la suben en la ambulancia medicalizada. Ya en el hospital, Dombina escudriña su alrededor, pero solo consigue ver gente con mascarilla diciendo palabras inteligibles. Cada vez se le hace más difícil mantener los ojos abiertos, mientras piensa en lo lejos que estaban sus hijos. Y en que Julia no había ido al consultorio. Y en que una voz en la televisión decía algo de apps. Y en el chaval del jabalí. Y se durmió pensando “Igual él se la merecía más”.
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