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COMO si el aire putrefacto de la pandemia se hubiera esfumado, he decidido respirar este mes de agosto con el optimismo de unos pocos libros ... que me saquen de tan largo tiempo de reclusión y colapso. La gran época del mundo comienza de nuevo, recitó con fervor lord Curzon ante la Cámara de los Lores al comienzo del anuncio del armisticio que ponía fin a la primera Guerra Mundial. Y aquellos versos de Percy Bysshe Shelley se hicieron un profundo alivio para todos. El romanticismo siempre será el contrapunto a los tiempos sombríos: abandonarse al vuelo del pájaro, desnudarse ante el baile verde de los fresnos, dejarse acariciar por las noches de las estrellas, inefables, porque no pueden explicarse con palabras. Hay que poner los ojos en lo que arde y tiembla en las tinieblas para no dejarse morir. Un buen ejemplo podría ser la sabatina marcescente para mayores de cincuenta con que hace dos días Alberto Estella emocionó a buena parte de los lectores de este medio Gaceta. He advertido que este año son muchos los columnistas de unos y otros periódicos que han aprovechado el verano para dejar de trillar la pesadilla de los eriales políticos e irse a hundir el azadón de su pluma a tierras con más provecho. La hartura está “acogollada” dentro de nosotros y se hace necesario salir a la naturaleza para huir con los sentidos a la brisa. Vuelvo a la poesía de Shelley: El relumbre del cielo de los tiempos / podrá eclipsarse, mas no extinguirse. En gratísima compañía he querido creer que esto es cierto. José Ramón Cid Cebrián vino a casa con Carlos Núñez, el más internacional y erudito de los artistas de la música celta, quien endulzó la sobremesa haciendo sonar una ocarina cuya melodía aún se escucha en la hiedra de mi jardín. Hablamos de cómo se ahílan a la libertad del aire los pífanos, las flautas y las gaitas. Hablamos del papel conciliador de la música, de la poesía, del arte. Hablamos de la España vaciada y de los agostos de cine de verano, teatro y conciertos que vienen a sacar del letargo a los pueblos. En el que a mí me toca - ¡Viva La Fuente de San Esteban! - está sucediendo. Una pena que el gaitero gallego no pudiera quedarse algún día más para haber visto cómo Ángel Mari y su orquesta Seven lo dieron todo por llenar de alegría la plaza. Aun debiendo de permanecer quietos en la silla, no paramos de menear los huesos. Corta se queda mi gratitud para tan gran regalo. Quiera Dios que el optimismo que han traído estas nubes de agosto camine despacio. Me quedan aún varios libros por leer y algunas otras noches felices más que compartir con mis paisanos.

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lagacetadesalamanca Con optimismo