Con la excusa de la desinformación
Jueves, 12 de noviembre 2020, 04:00
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Jueves, 12 de noviembre 2020, 04:00
Que al vicepresidente segundo -y pareja (o parejo) de la ministra de Igualdad- le gustan los medios de comunicación más que a un tonto un ... lápiz, no es novedad. El republicano de Vallecas con residencia en Galapagar forjó su popularidad en los platós de televisión. Se curtió en pequeños canales locales e independientes donde hizo sus primeros pinitos y se familiarizó con el medio. Antes había estudiado algunos cursos en el Instituto de RTVE para aprender las nociones básicas de comunicación. Después saltó a los canales nacionales donde se lo rifaban en las tertulias. Era salir Iglesias y dispararse las audiencias. Y con ellas, los ingresos por publicidad. Y ahí no importaba lo que dijera o dijese. Ahí lo único que se miraban los empresarios de la cosa era la cuenta de resultados y el crecimiento de su beneficio a costa de convertir a un sofista en una figura prometedora en quien confiar el destino de un país en tiempos convulsos de indignación contra los políticos dedicados a rescatar bancos y a desahuciar personas. Pero de eso, ay, ya no nos acordamos. Ni siquiera han pasado diez años.
Que el 30 de octubre el BOE publicase el procedimiento de actuación contra la desinformación que aprobó el Consejo Nacional de Seguridad en su reunión del 6 de octubre, tampoco debería extrañarnos. Aunque sí preocuparnos. Al menos un poco. Y más después de la experiencia vivida hace menos de una década con el tertuliano favorito de la audiencia y actual vicepresidente segundo del primer gobierno de coalición en democracia.
Iglesias Turrión nunca ha escondido su deseo de controlar los medios. Los ha criticado desde dentro y conoce bien su funcionamiento. Ahora, desde el poder, parece que ha dado un primer paso para hacer realidad su sueño. Nada nuevo en un tipo que ha militado en las Juventudes Comunistas entre los 14 y los 21 años, que es cuando -dicen los que saben- se forjan los valores troncales de la personalidad.
Pretender que un Gobierno sea el adalid de la verdad es mentira. Para que haya democracia tiene que haber un periodismo libre y crítico que confronte al poder y lo cuestione. Sólo así la opinión pública podrá actuar y votar teniendo toda la información. Por un lado la que ofrece el Ejecutivo que siempre cree tener la razón; y por otro la que cuenta el periodista que contextualiza, contrasta y hace pública en los medios de comunicación.
No me creo a unos políticos que -en los viernes negros de oposición- exigían la independencia de los medios públicos y que ahora promulgan leyes que afectan también a los privados y que atornillan aún más su control sobre la información. No me creo al vicepresidente segundo Pablo Iglesias Turrión.
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