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Estaba convencido de dedicar esta columna a ese despropósito que está resultando la reforma de los delitos contra la libertad sexual. So pretexto de situar ... el consentimiento de la víctima en el centro del sistema —como si así no hubiese sido hasta ahora—, se equiparó el abuso a la agresión para facilitar la aplicación de la ley aligerando la prueba. Y como el nuevo sistema ha reducido la pena de cientos de condenados —hace casi tres años que aquí lo predije, refiriéndome entonces al anteproyecto de ley—, toca ahora agravar los castigos de cara a futuros casos. Se nos llena la boca predicando un Derecho penal mínimo, pero al final siempre acabamos en lo mismo, por diferentes vías: leña al mono, que es de goma.
Pero no; no voy a dedicar mi columna al Código Penal. Tampoco al Peace City World Congress que se celebró hace unos cuantos días en Salamanca, al que asistieron tantos tarros de mermelada artesana y que nuestros notables apoyaron con su presencia. Aunque me haría mucha ilusión ir en telesilla al planetario de Nuevo Amatos, no termino de verlo claro. Lo que hoy quiero es denunciar el desánimo que se extiende entre gran parte del profesorado universitario.
Formo parte del personal docente e investigador de la Universidad de Salamanca; abreviadamente, PDI. Hasta treinta y dos veces así nos denomina la vigente Ley de Universidades. La nueva Ley, ahora en el Senado, lo hace en setenta y cuatro ocasiones. Nos preparamos durante años para cumplir con esas tareas. Nuestro trabajo no vale más ni menos que el de otros, pero es el que es. Sin embargo, las circunstancias nos han llevado a dedicar una desmesurada parte de nuestra jornada a la gestión. De un tiempo a esta parte, la lógica de un estúpido algoritmo, que prima la forma sobre el fondo, nos aparta de aquello para lo que cobramos del contribuyente. Muchos días nos vamos a la cama a las tantas, hartos de rellenar impresos y de redactar informes que nadie lee. Tal vez ayuden a ganar un par de puestos en algún ranking. Siempre nos expedirán un certificado por los servicios prestados, eso sí, firmado electrónicamente por la autoridad competente. Sin embargo, el daño que esta situación está produciendo en el estudio y en las aulas puede llegar a ser irreparable.
De la irritación se pasa a la impotencia, y de esta a la completa desmoralización. Pocas fuerzas me quedan, aunque suficientes para preguntarme dónde estará la “G” en PDI.
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