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Que se pare el mundo. Bueno, no, mejor dicho, que se para el mundo. Así, sin avisar, sin pedir permiso, sin decirnos nada. Con premeditación, ... alevosía, delante de todo el mundo y sin importarle nada. Así de sopetón a las redes sociales les ha dado por fallar. Qué estrés, qué mal rato, qué agonía. Fijo que algún influenciador de esos ha estado cerca de perder la razón pensando que la gente iba a estar más de una hora sin ver sus sugerentes poses.
Porque ese trasto que nosotros llevamos en el bolsillo de adelante del pantalón, y ellas en el de atrás, eso que llamamos teléfono, móvil, pero teléfono a fin de cuentas, al final para lo que menos lo usamos es para hablar por teléfono. Vemos noticias, fotos, escuchamos música, compramos calcetines de animales, reservamos restaurantes... Y sobre todo cotilleamos, mucho. Nos colamos en las vidas ajenas dejando la puerta abierta de la propia. No sabemos vivir sin red, bueno, no sabemos vivir sin redes.
Yo, primer culpable. La viga de mi ojo la tengo bien localizada. Hoy mismo luchaba y luchaba por tratar de escuchar un audio que me habían mandado. Mi desesperación me ha llevado a probar la solución que cualquier informático me habría propuesto, apagar y volver a encender. Y nada. Pánico. Fallan un rato las redes sociales y vamos como pollo sin cabeza.
Conozco una persona que no tiene ningún perfil en redes sociales. La excepción confirma la regla, bueno al menos si hablamos de mis casi cuarenta de edad para abajo. Ya no contamos chistes, mandamos memes. Y aquí debo decir que los chicos jóvenes lo tienen muy fácil con eso de las redes sociales para hablar con chicas. Fijo que más de uno recordará ese momento en el que llamabas a casa de alguna chica cuando apenas tenías 14 años y rezabas para que no lo cogiera su padre. Pero lo cogía, y tú, con un hilo de voz, tratabas de preguntar si se podía poner ella. Tampoco ayudaba que tuvieras gente cerca escuchando en tu casa. Y ahora... Ahora con mandar un mensaje privado está resuelto. Qué injusto.
Pues eso, que han fallado un rato las redes sociales y la verdad es que no me apetece tener que comprobar si podría volver a vivir sin ellas. Yo quedo colgado en la red.
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