Codicia
Sábado, 26 de marzo 2022, 04:00
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Sábado, 26 de marzo 2022, 04:00
CADA vez que estoy llegando a Salamanca por la Carretera de Béjar, un edificio moderno, rojo, de dudoso gusto, me estorba la espléndida vista de ... la mole catedralicia. Es el Cuartel de la Guardia Civil, institución que se alojó muchos años en la Plaza de Colón, en un edificio que se caía, impropio de la Benemérita institución. Y acude a mi memoria el nombre de Luis Roldán. Ayer murió aquel indocumentado, hortera y golfo que estuvo a punto de ser ministro del Interior en la última etapa de Felipe González, salpicada de escándalos, logreros – como Juan Guerra-, comisionistas, y trincones, que no dejaron institución sin saquear, aunque fueran tan sagradas como el Banco de España o el Boletín Oficial del Estado, que se dice pronto. Me lo dijo un día el viejo periodista Don Lance, no os engañéis, vienen a por todas. Roldán amasó una fortuna en comisiones ilícitas de cuarteles, que nadie sabe dónde están. Él se lleva para la historia una foto con prostitutas y en calzoncillos de lunares, quince años de encierro, y el estúpido título del más rico del cementerio.
Supongo que seguirá vigente lo de la avaricia rompe el saco, y el último codicioso que a base de llenarlo deshizo sus costuras, fue Luis Bárcenas “el cabrón”. Me pregunto ¿para qué tanto? Conocí y traté en la Comisión de Subsecretarios, al de Hacienda, un abogado del Estado inteligente, con un enorme porvenir, Arturo Romaní. Pero se cruzó en su vida Mario Conde, que había dado el pelotazo de los Laboratorios y logró la presidencia de Banesto, dispuesto a comerse cualquier tajada. Arturo se convirtió en su mano derecha y en otro comensal codicioso. Mario compraba una finca de miles de hectáreas, Arturo otra. Mario se hacía con un velero de muchos metros de eslora, Arturo también... El final es conocido, los dos a la cárcel. Si hubieran saqueado menos, quizás no se hubieran roto sus maletines a rebosar. Todas las entidades bancarias sufren saqueos de algunos empleados con ganas de estirar su sueldo, las vacaciones, hacer el chalet, adquirir un coche de alta gama o calmar su ludopatía. Y entonces puede suceder que aparezca un osado como el Dioni. Un día le pregunté al secretario general del Banco del que yo era abogado en Salamanca, ¿cuántos Dionis sufre al año la banca? Más de treinta.
Me pregunto por qué un Mariano Rubio, gobernador del Banco de España, que abroncaba dictatorialmente a banqueros y Cajas, tiró su prestigio aprovechándose en su beneficio de información privilegiada. Y en los diarios está nada menos que Josep Borrell, que ha sido todo, ministro, presidente del Parlamento Europeo, ahora Alto representante... Siendo del Consejo de Administración de Abengoa, con la mas certera información, vendió las acciones a nombre de su esposa ¡la víspera de presentar el Concurso de Acreedores!, que tiraron el valor de los títulos a la cuarta parte. Codicia se llama esa figura. Uno entiende al que en tiempos de penuria de la postguerra afanara lo que pudiera, para dar de comer a sus hijos, el llamado hurto famélico; incluso que un niño alterara la norma del hospicio de comer la sopa de nabos con una sola cuchara, y empleara dos. La que no entiendo es la codicia del que tiene mucho sobrante. La codicia debería quedar reservada a los toros bravos, embistiendo en oleadas, comiéndose la muleta del diestro. La avaricia, jugándose el “a mí no me cogen, con lo listo que soy”, puede llevar a destrozar una honra y una familia. Y que un día, cuando en un permiso penitenciario el abuelo llegue a su domicilio, se encuentre con el nieto conmovido, que le entrega su pequeña hucha de barro –la que el abuelo le regaló para que ahorrara-, para que pague y no vuelva a la cárcel.
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