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CADA vez que estoy llegando a Salamanca por la Carretera de Béjar, un edificio moderno, rojo, de dudoso gusto, me estorba la espléndida vista de ... la mole catedralicia. Es el Cuartel de la Guardia Civil, institución que se alojó muchos años en la Plaza de Colón, en un edificio que se caía, impropio de la Benemérita institución. Y acude a mi memoria el nombre de Luis Roldán. Ayer murió aquel indocumentado, hortera y golfo que estuvo a punto de ser ministro del Interior en la última etapa de Felipe González, salpicada de escándalos, logreros – como Juan Guerra-, comisionistas, y trincones, que no dejaron institución sin saquear, aunque fueran tan sagradas como el Banco de España o el Boletín Oficial del Estado, que se dice pronto. Me lo dijo un día el viejo periodista Don Lance, no os engañéis, vienen a por todas. Roldán amasó una fortuna en comisiones ilícitas de cuarteles, que nadie sabe dónde están. Él se lleva para la historia una foto con prostitutas y en calzoncillos de lunares, quince años de encierro, y el estúpido título del más rico del cementerio.

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