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Martes, 2 de julio 2019, 05:00
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Las universidades españolas en general y la Universidad de Salamanca en particular retroceden en las clasificaciones internacionales. Desde hace tiempo se acumulan las noticias en ... este mismo sentido. En enero se supo que en la clasificación internacional “Times Higher Education” (THE), una de las más reconocidas del mundo, que mide casi un millar de universidades, el Estudio salmantino había bajado del puesto 501-600 al 601-800. En mayo se conoció que en el ranking de la Fundación Conocimiento y Desarrollo, este exclusivamente nacional, la Universidad de Salamanca había pasado del puesto 19 al 23. Y hace pocos días nos hemos vuelto a llevar el disgusto de que en la clasificación mundial de universidades QS (por el nombre de su autora, la consultora británica Quacquarelli Symonds), otra de las más prestigiosas, más de la mitad de las universidades españolas han perdido posiciones, cuarenta en el caso de Salamanca, que ha pasado del puesto 594 al 634.
Dentro de la variada fauna universitaria hay quien piensa que esto de los “rankings” es una filfa, que están llenos de defectos y que si sales bien en ellos estupendo, pero que si sales mal tampoco es para agobiarse. A la vista del escaso fundamento con el que a veces se interpretan los datos de estas clasificaciones, tentado está uno en ocasiones de ponerse del lado de los escépticos: así sucede cuando cada verano se publican los datos del “ranking de Shanghai”, el más célebre de todos, y muchos periódicos llevan a titulares la extraordinaria noticia de que, una vez más, el Club Deportivo Guijuelo no ha conseguido clasificarse para la Champions (si les parece una exageración, comparen los presupuestos de nuestras universidades con los de las primeras del mundo). Pero el más poderoso argumento contra quienes minusvaloran estos escalafones consiste en que hay gente, mucha gente, que sí, que dentro y fuera de nuestro país se los toman muy en serio y adoptan decisiones en función de la posición que ocupa en ellos cada institución: para enviar estudiantes a tu universidad o a la vecina; para financiar investigaciones en un sitio o en otro; o para colaborar institucionalmente con una universidad o no perder el tiempo en tonterías. Así que no cabe mirar para otro lado y resulta obligado identificar primero las razones de lo que pasa y pensar después en lo que hay que hacer para mejorar lo que tenemos.
En este sentido, caben pocas dudas de que, en primer lugar, la universidad española está pagando ahora las consecuencias de decisiones adoptadas algunos años atrás, cuando en el contexto de la gran crisis que asoló nuestra economía no solo se produjeron ajustes en el gasto, dolorosos pero comprensibles, sino que de forma enteramente irresponsable se adoptaron medidas cuyos efectos -como ya se advirtió entonces- aparecerían al cabo de algún tiempo. ¿Alguien podía pensar que iba a resultar gratis no solo la reducción de los fondos dedicados a la investigación, sino la desaparición o la demora de convocatorias públicas y la acumulación caprichosa de obstáculos a la ejecución de muchos proyectos? ¿Acaso no iba a resentirse el rendimiento de las universidades españolas cuando se impedía a estas la contratación de profesores e investigadores o se limitaba al máximo la reposición de las jubilaciones y bajas que iban acumulándose año tras año? Quienes entonces hicieron oídos sordos a las voces que desde las universidades anunciaban lo que iba a suceder deberían (con perdón por la ingenuidad) reconocer ahora sus errores.
Pero podrían existir también responsabilidades más inmediatas y que está en nuestra mano conjurar. Cuando del lenguaje universitario desaparecen términos como excelencia o competitividad y se prefiere un cómodo buenismo que iguala a todos en la misma mediocridad; cuando no somos capaces de definir prioridades y sostenemos la ilusión de que es posible caminar al mismo tiempo en todas las direcciones, nos situamos en las peores condiciones para salir de un atolladero que ojalá no acabe comprometiendo gravemente nuestro futuro. Porque, por desgracia, quizá estas de los “rankings” no sean ni las últimas ni las peores noticias que estén por venir. Deberíamos irnos preparando para ello.
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