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Aunque van quedando pocos calzones en Salamanca, la tierra salamanquina será siempre tierra charra” comienza “Tierra Charra”, poema de M. García, o sea Matías ... García, a quien Manuel M. Matallana bautizó cura poeta. Y efectivamente era cura, rural para más señas, de Navasfrías, y poeta, y “cotidianamente” escribía en este diario. Eso fue antes de que el periódico hubiese celebrado sus diez primeros años de existencia, así que ya han se han contado cosas en él, ya. Manuel M. Matallana, de hecho, reclama a “esa simpática y sana GACETA REGIONAL” que apoye al poeta cura o cura poeta, y se lo reclama desde un libro que vio la luz en 1928 titulado “El país charro” –la antigüedad de la nación charra queda acreditada—, con poesías del sacerdote, como la antes citada, que me vino a la cabeza cuando supe de nuestro hermanamiento con Jalisco, que es, como Salamanca, país charro. Hermanamiento acompañado de folclore, claro, con atuendos charros de acá y allá, aunque ya el cura poeta o poeta cura decía entonces que “aunque los charros de hoy/ visten con traje de pana, / y aunque las charras se abrigan/ con jersé (sic) y modesta bata...” más o menos como los de hoy. Así pues, 2020 es el año del hermanamiento charro, quizá con la idea de crear una especie de país charro virtual y avanzar en unas relaciones que vienen de lejos.
Más allá del concepto charro, que nos une, y el apellido charro de algunos vecinos, tuvimos un histórico restaurante México, hubo estudiantes mexicanos por nuestras calles y la UAM (Universidad Autónoma de México) es hija de la USAL (Universidad de Salamanca) y ambas son madres de esa criatura clave para la enseñanza del español en todo el mundo que es el DELE famoso. Claro, y una Salamanca mexicana en Guanajuato. Aunque a mí, ahora, dijo México y se me aparece Guadalupe Lancho, actriz salmantina que interpreta a Sara Montiel en el teatro y anduvo un tiempo haciendo telenovelas allá, o nuestro Ramón Jesús López Riesco, alias Ramón Lorrys, su nombre artístico, que se presentaba en aquellas noches madrileñas de la incipiente democracia como “voz de oro de la canción mexicana”. Le perdí la pista el año de la Capitalidad Cultural 2002 tras una colaboración con Danny. En casa, además, tengo muy presente a México, con tequila, por supuesto, y una Katrina que conseguí en noviembre gracias a mis admiradas Elba Maribel Hernández y Sarahí Susana Reyes, autoras del altar de difuntos que se expone en la Casa de las Conchas, que saben que mi tope de picante es el de las patatas bravas, muy lejos de su nivel, que a mi me parece inalcanzable aún entrenando. Por lo demás, supe del cura poeta persiguiendo hornazos, porque el bueno de don Matías no olvidó que el hornazo charruno es el estandarte de ese país charro que retrató en verso: “en las casas de los ricos, / ¡qué empanadas me sirvieron! / empedraditas de lomo, / estrelladitas de huevos”, poema que menciona algo también muy charro de aquí: los chochos. Y quien dice país charro, dice “charrilandia”, como he leído en algún sitio.
Tiene el inventor del país charro, Matías García Miguel, su sitio en Navasfrías y el Campo Charro, a donde llegó desde San Felices de los Gallegos, donde nació. Murió entre las encinas de Fuenteguinaldo, en 1954, donde esperaba hacerlo, y elogiado por muchos, como Fernando Íscar Peyra o César Morán. Se dice que con su poesía desapareció esa charrería que conoció y describió, y que hoy, con el hermanamiento...quién sabe.
P.D. Ahora que el dichoso encuentro de fútbol ha pasado a la historia (en todos los sentidos) ¿podemos volver a hablarnos?
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