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No es errata. No es cero en vez de cerdo, por más que nuestros educadores –aquellos que tantas esperanzas pusieron en nosotros y tan inversamente ... proporcionales decepciones recibieron al contemplar las escasas virtudes cosechadas tras sus vehementes admoniciones acerca de los peligros del siglo y las asechanzas del maligno— apabullaban nuestros oídos con las frases lapidarias de “cero patatero” o sea, suspenso inmisericorde o “cero al cociente y bajo la cifra siguiente”. No, hablamos de algo mucho más serio: del cerdo que, para ventura de quienes degustemos sus jamones dentro de tres o cuatro años, nos encontraremos con el sabroso fruto –debidamente procesado y reciclado-- de la abundosa montanera de hogaño. La madre Natura esparció ubérrima muchas y buenas bellotas, a guisa de benéfico maná caído sobre la dehesa otoñal, en vastas zonas de la provincia salmantina. Bienvenidos sean los salutíferos alimentos generados en este vasto mar de encinas que se extiende leguas y leguas hasta Portugal... porque el paisaje adehesado continúa más allá de la Raya, y no debemos menospreciar los admirables productos del porco alentejano, un cerdo de pura raza que es, a fin de cuentas, carne de nuestra carne en ese cuerpo místico de la denominación ibérica.

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