Borrar

DESDE el Carnaval del toro, mi sabio amigo José Ramon Cid me envía la foto de un astado en cuyo cuerno izquierdo lleva ensartada la ... zapatilla de un mozo, como si fuera un pincho moruno o un espeto malagueño. Habrá sucedido más veces, porque la afición al toro es secular en la llamada piel de idem y teniendo enfrente una guadaña, esa devoción es de alto riesgo. Así ocurrió - ¿a mediados del XVIII? -, en la placita cuadrangular cercana a la ermita del Mesegal, en Endrinal, lindante con Monleón. El suceso inspiró un romance popular que fue recogido precisamente por un mirobrigense, don Dámaso Ledesma, y musicalizado por el mismísimo García Lorca. “Los mozos de Monleón”, tras arar y remudar con despacio, marchan a un festejo taurino, a pesar de que la viuda, advierte a su hijo Manuel Sánchez, del peligro del toro: “Permita Dios, si lo encuentras, / que te traigan en un carro, / las albarcas y el sombrero/ de los siniestros colgando”. ¡Si sería ceniza! ¿Albarcas? Recuerdo las cuadrillas de segadores gallegos - que eternizó Rosalía de Castro -, que se ajustaban para cada cosecha en los portales de la Plaza del Mercado, donde acudían con sus hatillos, sus hoces...y calzando albarcas, pero no de cuero como el mozo de Monleón, sino de goma de neumático desechado, calzado misérrimo que podía adquirirse en las cordelerías y alpargaterías de la Calle San Justo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Sigues a Alberto Estella. Gestiona tus autores en Mis intereses.

Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lagacetadesalamanca Cenizos