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SOY poco amigo de optimismos infundados. Tampoco de pesimismos innecesarios. En el caso de Cataluña, una vez digeridos los datos del domingo anterior, donde ganó ... la abstención, creo que lo malo siempre es empeorable y lo bueno difícilmente mejorable. Le he dedicado alguna columna a esa región autónoma desde una óptica más bien crítica y, por desgracia, realista. Es decir, pesimista. El resultado de las elecciones del Día de los Enamorados no augura una mejor situación en el futuro inmediato. Por el contrario, va a resultar muy difícil meter en muchas molleras cerriles que ser catalán no es ser antiespañol. Tengo buenos amigos y admirados colegas catalanes en el mundo académico. Algunos de ellos, retirados de las tareas universitarias y más aliviados que frustrados, se han ido con viento fresco a disfrutar de la jubilación en otros pagos.
Acaba de aparecer un libro que analiza el trasfondo histórico, el presente y el futuro de la Cataluña nacionalista y su identidad colectiva secuestrada por los movimientos totalitarios, por la propaganda y el proselitismo: La Guerra de Secesión contra la nación de españoles (Editorial Amarante). Su autor, Jesús Rul, ha sido durante más de treinta años inspector de Educación en Barcelona y conoce el paño de primera mano, un paño que va deshilando minuciosamente a lo largo de cuatrocientas páginas y que me ratifica en esa perspectiva pesimista que mencionaba al principio.
No nos engañemos. El problema insurreccional de Cataluña no tiene visos de solución. Esa animosidad identitaria contra lo español, esa deriva autodestructiva que comenzó a exacerbarse de forma alarmante hace unas décadas, supone una losa que hay que sobrellevar, un mal sin cura a corto plazo para el que no caben milagros, sino compromisos y conductas responsables.
Tras estos comicios, lo más probable es que continúe el adoctrinamiento, la confrontación secesionista, el populismo barato, el dogmatismo excluyente, la deslealtad, el victimismo por supuestas afrentas históricas, la malversación de caudales públicos y el discurso antisistema con buenas dosis de vandalismo, como el chispazo de estos días prendido por un rapero psicópata. Seguirá, en fin, el delirio, el ensueño que antes o después acabará por transformarse en pesadilla. Me viene al recuerdo aquella petarda de ERC que en la sesión de investidura del 7 de enero de 2019 masculló enrabietada: “¡Me importa un comino la gobernabilidad de España!” Pues si todo esto nos da igual; si la gente no va a votar; si lo que nos espera es otra declaración de independencia más pronto que tarde (para la que ya no habrá 155); si la convivencia se quiebra; si la economía languidece; si se atisba en el horizonte el indulto/insulto de los sediciosos, la conclusión es muy simple: sarna con gusto no pica.
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