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38 años. Una barbaridad de pena, casi para cualquier crimen, salvo para algunos que nos gustaría que supusieran un encierro perpetuo. En este caso, esa ... condena por un “delito contra la libertad sexual, un delito continuado de agresión sexual a una menor de 15 años y dos delitos de agresión sexual a una menor de 15 años” parece, proporcionalmente, mucho más dura que la que se impuso, por ejemplo, a la tristemente famosa “manada”, que bautizó a tantas otras que siguieron su modus operandi. Es verdad que, en aquel caso, la chica tenía 18 años y por lo tanto no era una menor, pero los hechos acaecidos y probados eran tan desgarradores como para que resulte extraño que a ellos los condenaran a 15 años y los jugadores del Arandina a 38. Está claro que más allá de los temas meramente legales y la jurisprudencia del caso, está el criterio de los propios jueces; pero desde la visión del profano, la condena resulta poco proporcional, no solo al compararla con la de la primera manada, sino también al pensar en casos de asesinato que cubrieron el expediente con penas mucho menores. El principal problema de esa sentencia tan, en principio extraordinaria, como digo, comparada con otras, es, a mi entender el efecto que produce en la sociedad. A los condenados aún les quedan dos instancias de recurso y es posible que las cosas cambien, pero, entretanto, tienen a buena parte de su pueblo, además de a sus familiares, en la calle, pidiendo a voz en grito, casi en plan medieval, una Justicia que no aceptan, precisamente, por ser la sentencia, a los ojos de muchos, incluidos los míos, exagerada.

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lagacetadesalamanca Caso Arandina