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Veo a Pablo Iglesias hablando del próximo discurso del rey y se me saltan los fusibles. He confesado muchas veces que no soy especialmente monárquica. ... Y que creo, naturalmente, que el absolutismo se acabó hace mucho y que los reyes de las monarquías parlamentarias tienen que atender a sus responsabilidades como cualquier hijo de vecino. Pero solo de pensar que un Pablo Iglesias podría llegar a convertirse en Jefe del Estado, me vuelvo monárquica de golpe. Más allá de sus ideas o de su discurso populachero, que considero ofensivo para la inteligencia de cualquiera, pero que sé que surte efecto entre tantos que prefieren creer en los cuentos a aceptar la vida durísima que les ha tocado -y no les culpo-, me enerva su tono paternalista. Esa manera tan particular y medida, estudiada al detalle, para servir a la ocultación de la verdad. Lo que más me enerva, es que este político, con tan poca trayectoria profesional a su espalda, tantos beneficios económicos y sociales derivados de su reciente puesta en escena como líder carismático y tantas patrañas contrastadas, sea el vicepresidente del Gobierno de España, con tan solo 35 escaños, que representan a un porcentaje bastante pequeño de españoles.
Si fuera un tipo capaz de la contención y de entender que su pertenencia al Gobierno le obliga a atender a todos los españoles por igual, independientemente de sus ideologías, me parecería perfecto hasta que bailase desnudo con serpientes hasta el amanecer, porque solo lo haría en sus ratos libres y el resto los dedicaría a tratar de conseguir beneficios para todos. Pero no solo no lo es, sino que se empeña en demostrarnos a todos, que con el poder que le han otorgado los socialistas, es capaz de doblegarles incluso a ellos. Y no sé si Sánchez no se da cuenta o es que está tan desbordado en este año de pandemia como para dejarse llevar por el río más turbio. Lo más flagrante es que Iglesias desatiende a las necesidades de los españoles mientras prepara sus discursos de Twitter y trata de adoctrinarlos para convencerlos de que compartan su máxima obsesión. Y en este momento, como es uno de los pocos privilegiados que tiene su seguridad laboral y económica garantizada, como también la de su mujer y sus hijos -algo que no hubiera ni sospechados hace 5 o 6 años- no es la de comer, llegar a fin de mes, poder pagar los plazos, los seguros y las cuotas... sino la monarquía. La tiene tan presente en su cabeza que trata de lograr, como sea, que nos perturbe anímicamente tanto como a él. La realidad, por mucho que le pese a Iglesias, es que solo al 0,3 por ciento de los españoles les preocupa la Monarquía, según la recién salida del horno encuesta del CIS... De los 44 problemas que se reflejan en ella, la Casa Real aparece en el puesto 35. ¿A qué viene entonces tanta obstinación de Iglesias? Pues a que él, personalmente, daría lo que fuera por acabar con ella, independientemente del número de españoles que la respalden o no. Y sospecho que no solo le gustaría eliminarla, de un plumazo, sino también colocarse el primero de la fila. Casi como si fuera un rey, ya que rey de sangre no puede ser... Y menos mal, porque si lo fuera, sin duda, regresaría el absolutismo.
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