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En un cajón de una habitación conservo las cartas que recibía con la misma periodicidad de la que hoy es mi querida y amada esposa. Hace más de dos décadas nos intercambiábamos emociones, sentimientos, sensaciones, inquietudes, dudas, certezas, cariño, complicidad y amor. Acudía a comprar ... sobres y sellos al estanco con la misma frecuencia que un empedernido fumador, sin que en momento alguno llegara a pensar en la incomodidad que hoy me supone escribir en un cuaderno con una pluma (sí, soy lo suficientemente mayor como para escribir aún con pluma). Una relación consolidada con años, con una sólida base en forma de misivas sinceras, hace que el tiempo se mantenga imperturbable. Escribir cartas de sincero amor no solo conforma una relación especial. Conlleva, además, una liturgia añadida que imbrica situaciones y relaciones añadidas. En un tiempo deshumanizado como el actual, recuerdo con anhelo al cartero que durante años repartía mis escritos, como si de una Celestina se tratara. Un aliado en las buenas y en las malas. En una época en la que los carteros eran parte de casa, parte de la familia, mientras que ahora apenas trasladan muestras de cariño plasmadas en papel, sino resolucioles frías procedentes de la Agencia Tributaria, la Dirección General de Tráfico o el ayuntamiento de turno para notificar algún cargo en nuestra cuenta corriente. Pero de aquel Correos que patrocinaba el maillot amarillo de la Vuelta Ciclista a España queda ya muy poco. Y al paso que lleva su presidente, Juan Manuel Serrano —más conocido por ser amigo de Pedro Sánchez que por su carrera profesional— a Correos no lo va a conocer “ni la madre que lo parió”, parafraseando a Alfonso Guerra. Uno de los referentes en el empleo público en tres siglos y que en la actualidad se encarga de “desguazar” el tal Serrano. Ni se cubren vacaciones, ni jubilaciones, ni descansos. El Gobierno, como siempre, se escuda en la manida excusa de la demanda, como ocurre con los trenes que Sánchez nos birló de Salamanca y que no recupera “porque no hay demanda”. Lo mismo ocurre con el servicio postal. Estos iluminados que nos malgobiernan aluden a un descenso de las cartas y paquetes. Está claro que casi nadie envía tequieros pero a cambio intercambiamos productos y servicios como si no hubiera un mañana. De hecho, solo hay que estar un poco en la calle para ver cómo los trabajadores de Correos van con la lengua fuera en la inmensa mayoría de los casos. E incluso conozco a alguno que tras cumplir su horario, ha de regalar horas extras para cumplir con todo el reparto que tiene asignado. Y no digamos en la Salamanca vaciada, en la que acumulan cada vez más pueblos, como si se asociaran con los sacerdotes rurales que, incluso, no son capaces de contar con los dedos de las dos manos los municipios a los que prestan servicio.

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