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No sé si les ocurrirá a ustedes, pero a veces una canción se me mete en la cabeza y no encuentro la forma de desprenderme de ella. Y eso es precisamente lo que me pasa desde hace unos días.
Se trata de uno de los ... mayores éxitos de M-Clan. Diría incluso que, con el paso del tiempo y de tanto escucharla en los bares, se ha convertido en todo un clásico del rock español.
No queda en la ciudad esquina
Tras la que yo me pueda esconder
Siempre aparece Carolina,
Con algún tipo de interés.
Estoy convencido de que la cantinela de esta banda murciana resuena también bajo la calva de nuestro vicepresidente, Francisco Igea. No es para menos.
Y es que la ministra de Sanidad, Carolina Darias, ya no deja indiferente a nadie. Llegó al ministerio como por la puerta de atrás. Sin querer hacer ruido. Su antecesor, Salvador Illa, se iba a hacer las Cataluñas y, tras su inútil victoria en las urnas -ya se lo advirtió Arrimadas- ahora ha creado ¡un gobierno alternativo! Son cojonudos estos catalanes en el “marketing-ficción”. Sin embargo, en apenas unos meses, la canariona ha demostrado que le ha cogido gusto a eso de ser ministra. Y, de un tiempo a esta parte, está probando que su perfil era el idóneo para formar parte del desgobierno de Pedro Sánchez.
Del pánfilo del flequillo inocente hemos pasado, casi sin darnos cuenta, a una fémina de armas tomar que despacha amenazas sin despeinarse. Lo mismo tira de las orejas al hasta ahora intocable Fernando Simón (ya iba siendo hora, por cierto) que desafía a las comunidades autónomas que no sigan sus dictados.
Pero Carolina no ha medido bien sus pasos y camina de ridículo en ridículo. Dos de ellos muy sonados. El primero llegó con su posición sobre la segunda dosis que debían ponerse aquellas personas menores de sesenta años que habían sido inoculadas con AstraZeneca. Qué oscuro secreto guardará para haber mareado la perdiz durante tanto tiempo y tener en ascuas a miles de trabajadores esenciales sin saber cómo iban a completar el ciclo de su vacunación. Qué intención oculta esconderá para ampararse en un miniestudio y recomendarles que se pinchen con Pfizer. Qué recóndito propósito encubrirá para obligarles a firmar un consentimiento informado, que aterra solo de plantearlo. Terrorismo sanitario puro y duro. Así lo definió Igea en una brillante intervención.
Al final, el revolcón se lo han dado los millares de ciudadanos que, por sentido común, han preferido seguir las instrucciones de la Agencia Europea del Medicamento y han optado en su mayoría por pincharse la segunda dosis con el suero anglo-sueco.
Y el último esperpento lo ha protagonizado estos días. En el último Consejo Interterritorial de Salud impuso, con el apoyo de las comunidades socialistas, un ¿acuerdo? por el que endurecía las medidas restrictivas en el ocio nocturno y la hostelería, justo en el momento en el que parece que empezamos a ver la luz al final del túnel gracias, sobre todo, a la vacunación. Madrid, País Vasco, Cataluña, Galicia, Andalucía y Murcia se opusieron. Incomprensiblemente, Castilla y León, con una consejera Verónica Casado dormida, se abstuvo. Menos mal que al día siguiente Igea enmendó el error y aseguró que recurrirían el acuerdo. Como siempre, Ayuso, en lugar de tanto hablar, actuó, llevó el tema a la Audiencia Nacional y ayer mismo consiguió unas medidas cautelarísimas que han echado por tierra las intenciones de Carolina. Otro revolcón que no ha salvado ni el BOE, al que la ministra ha convertido en papel mojado.
Carolina, trátame bien,
No te rías de mí,
No me arranques la piel...
Pues eso, que no me la quito de la chola.
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