
Cambó en Salamanca
Mariano Esteban de Vega y Mariano Esteban de Vega
Martes, 26 de febrero 2019, 14:34
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Mariano Esteban de Vega y Mariano Esteban de Vega
Martes, 26 de febrero 2019, 14:34
La historia nunca está escrita de antemano y la acción de los hombres se mueve siempre, aunque condicionada por su entorno, en unos márgenes de ... aleatoriedad y autonomía que no deben ser minusvalorados. Lo que hoy es podría haber sido de otro modo. Y tampoco hay nada perpetuo, cuyos orígenes se remonten a la noche de los tiempos y cuya pervivencia se encuentre asegurada en cualquier futuro.
Vienen estas consideraciones a cuento del callejón sin salida en el que hoy parece encontrarse el problema de Cataluña. Un problema que, en los términos planteados por el nacionalismo catalán, es ya antiguo, pues arrancó hace más de un siglo, pero ni mucho menos eterno, pues Cataluña ha venido formando parte de la misma entidad estatal que el resto de España, generalmente en condiciones de armonía, desde hace más de 500 años. Tampoco este problema de identidades nacionales enfrentadas se ha presentado siempre con la radicalidad con la que ahora aparece, como sabemos quienes guardamos el recuerdo de unos tiempos, los de la Transición, en los que el apoyo a la Constitución fue más mayoritario aún en Cataluña que en el conjunto español.
El nacionalismo catalán articulado a nivel político nació en 1901, con la fundación de la Liga Regionalista, su partido hegemónico hasta la II República. Pocos años después, en 1908, Francesc Cambó, su líder principal, visitó Salamanca, donde pronunció una conferencia titulada “Cataluña ante Castilla”. La prensa de la época nos ofrece detalles de aquel viaje que hoy suenan casi inverosímiles. A Cambó fueron a recibirlo a Encinas de Abajo, para acompañarlo desde allí a Salamanca, el gobernador civil, el alcalde y el presidente de la Diputación Provincial, entre otras autoridades. La mañana del día siguiente la dedicó a visitar Salamanca y sus monumentos y, según su biógrafo, Jesús Pabón, la palabra que más veces pronunció en ese recorrido fue “espléndido”, unas veces en catalán y otras en castellano. En la comida con la que fue obsequiado, el menú aparecía escrito en catalán y a los postres se recitaron también un par de poemas en esa lengua. Tras la sobremesa, en casa del diputado Maldonado Ocampo, Cambó recibió y saludó a un buen número de personas, “las de más significación en Salamanca”. A las seis y media de ese domingo 15 de marzo comenzó su conferencia, en el Círculo Mercantil, en un salón abarrotado que saludó su llegada con una gran salva de aplausos. Cambó negó que el catalanismo estuviera basado en ningún sentido de superioridad y afirmó que la cuestión catalana tenía su origen en la idea de que para salvar a España resultaba preciso trabajar todos juntos, individuos, familias, pueblos y regiones. El líder del catalanismo proponía un ideal colectivo común, un patriotismo positivo, que ofrecía como ejemplo para toda España. Había que debilitar el Estado centralizado para que las regiones, Cataluña como Castilla, recobraran las atribuciones que aquel había usurpado. La autonomía, municipal y regional, era el único recurso que España tenía para su salvación y el sentido de la política nacional había de ser el de sus pueblos. Como el escultor que afirmaba que en todo bloque de mármol existe una estatua perfecta a la que solo habría que quitar el material sobrante para que aquella apareciese, Cambó creía que bajo la mole del centralismo vivía España y que no había que hacer más que descubrirla para que apareciera en todo su esplendor. Cambó fue ovacionado estruendosamente al terminar su discurso y en distintos párrafos del mismo. Y el banquete que recibió antes de embarcar en el tren nocturno que le condujo a Madrid estuvo presidido por la mayor cordialidad entre los comensales, que hicieron votos por la prosperidad de Cataluña y Castilla.
¿Qué pasó después de todo esto? Pasaron, desde luego, muchas cosas, que nos han llevado a una situación tan preocupante como bochornosa. Muchos de los que han tenido una participación directa en los últimos acontecimientos han contraído responsabilidades gravísimas a las que deben hacer frente. No cabe ser ingenuos y sin duda hay poco espacio para el optimismo. Pero tampoco tiene sentido caer en el fatalismo de lo irremediable. Hay cosas que se pueden hacer, más allá de la alusión buenista y blanda a un genérico “hablando se entiende la gente”. La reciente iniciativa del departamento de Derecho Público General de nuestra Universidad, que acaba de convocarnos a un ciclo titulado “Diálogos sobre Cataluña”, con la participación de reputados académicos de distintas disciplinas, constituye una iniciativa muy digna de elogio. Conozcamos a fondo el problema, despojémonos de clichés en la medida de lo posible y afrontemos la situación con prudencia pero con determinación. Y concedámosle algún margen a la concordia.
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