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Ahí estaba, en la G: “gato asado, cómo se ha de guisar”. Hablo del primer recetario oficial español, “Libro de Guisados, Manjares y Potajes”, intitulado “ ... Libro de cocina”, en la edición de Miguel de Eguia, Logroño, 1529. “Libre de Coch”, se le conoce también, y su autor fue Ruperto de Nola, cocinero del rey Fernando el Católico. Varios facsímiles del libro se han visto en la reciente feria del libro antiguo y de ocasión en la Plaza Mayor, ya despejada y lista para la Nochevieja Universitaria y el regalo luminoso que la adornará estas navidades. Su colocación cerrará la instalación navideña, que ya ha comenzado en las entradas a la ciudad y varias calles, como el Paseo de Carmelitas. Pero no nos salgamos del asunto. El gato se ha comido, y mucho, de ahí el famoso gato por liebre y los conjuros populares que animaban al animal servido en el plato a saltar si lo era: “Si eres cabrito, manténte frito; si eres gato, salta del plato”.
La picaresca de entonces traída a nuestros días disfrutaría en las orillas del Tormes, entre los puentes de Enrique Estevan y Princesa de Asturias, de una magnífica despensa de morrongos. Al atardecer, los que caminamos por allí les vemos con sus heridas de zarpazos en la cara recibidos en peleas territoriales o por una gata que se insinuaba cimbreando sus caderas y moviendo su cola como si de un cebo se tratara. Gatos que se sienten dueños de ese territorio, donde cazan estorninos, saquean sus nidos, o se zampan un pato otoñal. Mininos golfos, con aire pendenciero y un pasado de calle, trena, arrabal y vertedero, que nada tienen que ver con la estilizada y elegante pantera –prima mayor— que acompaña a una dama en la Casa Lis o a la que luce la Oficina Principal de Unicaja Banco en Los Bandos, obra de Mateo Hernández. Gatos macarras.
Es poco gatuno nuestro bestiario, y eso que estamos en un lugar con muchos gatos encerrados y donde nos gusta llevarnos el gato al agua y buscarle tres pies, sobre todo en estos tiempos electorales en los que sabemos que nos darán gato por liebre. Siempre se ha hecho. Va de esa manera. Por calles universitarias que casi nadie pisa hay una de Carniceros, nombre que sustituyó en la II República, después de cuatro siglos de existencia, al de Raspagatos, que recuerda al “pelagatos” con el que denominamos al simple. Aquellos Carniceros de la calle eran artistas, pero no me diga que no tiene su punto. A pocos metros, por Libreros, tiene la Universidad de Salamanca su Casa de los Gatos. Los gatos tormesinos recuerdan mucho a los del Camposanto, que hacen compañía a nuestros muertos, y a otros que campan por los pueblos de la Salamanca vacía y vaciada en los que se alimentan de gorriones, palomas moribundas y despistadas, incautos gazapos y sobre todo ratones de campo. Sus antepasados fueron objeto de mil y una crueldad infantil, desde echarlos al regato a meterlos en una habitación con un perro, y a más de uno conocí tuerto de una pedrada.
Hay gatos junto al Tormes como nunca se han visto; nada de cuatro gatos. Un cabildo, como el de Francisco de Quevedo, en animado coloquio, como el que dedicó Cervantes a los perros. Lo tendría que haber hecho Lope, que como escribió de todo, lo hizo también de gatos. En fin, que como se ha dicho: nunca falta el gato por liebre, la carne de mula por vaca, el vino pasado por agua, todo va de esa manera. Suena a lo que fue la calle de Serranos en el Siglo de Oro o a la madrileña calle del Gato.
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