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El viernes pasado me topé con un titular en la portada del diario portugués “Diário de Notícias” que me llamó la atención y que me ... encantó por su contundencia gráfica, pues con un anglicismo describía muy bien la situación que vivimos en las democracias occidentales y en la española en particular: “Hay bullying democrático”. La frase era del vicepresidente del PSD (el Partido Popular luso), Paulo Rangel, que acusaba al Gobierno socialista de Costa de estar más en la senda del poder absoluto que de la mayoría absoluta que posee y que, aunque legítima, “en democracia debe funcionar con todos los controles”. Seguro que esto les suena, ya que en España llevamos demasiado tiempo sufriendo una peligrosa pobreza democrática, fruto de un continuo “bullying” o acoso hacia sus estructuras, empezando por la Constitución y por el Poder Judicial, pilares de nuestras garantías, y terminando por el acceso a los puestos de representación democrática de autoproclamados enemigos del Estado, como son los nacionalistas y los filoterroristas.
A veces una palabra, aunque sea inglesa, puede cambiarnos la perspectiva, sacarnos de nuestras rutinas, de nuestros conformismos, lo que llaman ahora “zona de confort”, y es que la situación no es apta para seguir quedándonos como las vacas al tren, de ahí que ese “bullying democrático” atraviese la barrera del sonido de nuestras conciencias (y paciencias), incluso para quienes tenemos bien presente, y así lo denunciamos, la desprotección a la que ha sido sometida la democracia en aras de un mayor control político que solo busca el poder absoluto, como bien decía Rangel en el caso portugués, y que, en el caso español, es escandalosamente obvio con el paso totalitario que marca Sánchez y que nos lleva a sus criminales objetivos: la descomposición del Estado, el empobrecimiento y la alteración de la paz social. Si tanteamos un poquito la realidad de nuestro día a día, nos es difícil observar que desde hace muchos años -pero especialmente peligroso con la irrupción de Podemos en el poder- se están debilitando cada uno de los mecanismos de protección sociales en un claro acto de “bullying democrático” que pretende dejarnos a la intemperie y, por tanto, inermes ante los crecientes abusos de poder. En español: somos meras víctimas de un acoso que busca nuestro sometimiento.
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