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Por fin se despejó la “cuestión europea”. Así, moqueando y entonando la conocida melodía escocesa “Por los viejos tiempos” despidieron los parlamentarios europeos a sus ... compañeros británicos unas horas antes de que el brexit se consumara oficialmente. De derecho, que no de hecho, porque todavía estarán unos meses de cuarentena hasta formalizar los últimos detalles administrativos. Bastante complejos, me temo, para ellos y para nosotros. Pero hoy es el segundo día de la Europa mutilada y nada raro ha sucedido. Bueno, sí. La prensa abre sus páginas con esta noticia y los comentarios abundan, por lo general, en lamentos y consideraciones de lo que pudo haber sido y no fue. Mas, como dice el proverbio, de nada sirve llorar por la leche derramada. Algunos desearán que el imbécil de Cameron no vuelva a conciliar el sueño —como le pasó a Macbeth tras su execrable crimen— por haber metido a Europa en un laberinto cuya única salida ha sido esta. “Que el insomnio habite la alcoba donde reposas”, se dice en Ricardo III. A pesar de estas maldiciones, me imagino a Cameron durmiendo a pierna suelta en su opulento retiro. (En España, en cambio, parece que solo duerme así el cinco por ciento de la población, según decía no hace mucho el presidente).
La prensa británica, por su parte, refleja de muy distintas formas la marcha de la Unión, la vuelta a los primitivos valores identitarios que nunca debieron abandonar, el “inicio de una nueva alborada” como apunta a toda página el Daily Mail, el mismo periódico sensacionalista que hace unas décadas proclamaba eufórico: “Nunca nos ha abandonado la plena convicción de que el mejor y el más brillante futuro de Gran Bretaña está dentro de Europa”.
La unidad nunca llegó a existir del todo. El euro no entró en el Reino Unido, salvo en los grandes emporios comerciales, donde la euromoneda era bien recibida. Los británicos siempre mantuvieron una pata a cada lado del canal, ese canal que históricamente han considerado el origen de todos sus males. A través de él llegaron los invasores romanos, y los anglos, jutos y sajones, y los vikingos, y los normandos, y los intentos alemanes por alcanzar la costa durante la segunda guerra mundial —solo pudieron asentarse en las islas de Jersey y Guernsey—, y sobre el canal volaron los bombarderos que aterrorizaron Londres y destruyeron ciudades como Coventry. No sé si fue Churchill el que dijo que la península de Bretaña es una pistola apuntando permanentemente a la isla, una isla que, por cierto, se unió físicamente al continente en 1851 por medio del primer cable telegráfico submarino.
Europa ha llevado mal estos tres años de marear la perdiz, de posibles reconsideraciones, aplazamientos y torpes dilaciones. Una vez concluidos, que se vayan. Let them go. Al fin.
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