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Anda estos días Miguel Bosé promocionando su reciente autobiografía, “El hijo del Capitán Trueno”, fundamentalmente a través de entrevistas solicitadas por algunos de los medios ... que durante los últimos meses y a consecuencia de sus opiniones negacionistas se han regodeado en su lapidación pública ofreciendo de él una imagen grotesca.
Obviamente, parece probable que Bosé haya leído las barbaridades que se han escrito sobre él y seguramente, como consecuencia de ello, no siempre responde con la delicadeza que el entrevistador pide para sí mismo, pero que nunca respetó al referirse a él en sus anteriores artículos y reportajes.
Personalmente no comparto ninguna de las tesis negacionistas del cantante, pero me resulta muy curiosa la distinta vara de medir que está demostrando buena parte de esta prensa.
Resulta que solo unos meses atrás, en estas mismas redacciones que tanto desprecian ahora a Bosé, dedicaban toda su artillería a defender el derecho de expresión de ciertos raperos que ensalzan el terrorismo, la matanza de policías y guardias civiles, la instalación de bombas en los bajos de aquellos políticos que no comulgan con sus ideas o pasar por la guillotina a todos los miembros de la familia real.
Eso sí, les resulta absolutamente insoportable que Miguel Bosé diga que no le gustan las mascarillas.
Es como si el ejercicio del derecho a la libertad de expresión dependiera del tipo de música al que cada uno se dedica, del éxito que con ella consiga y de la posición ideológica que habitualmente mantiene.
Si haces rap, tu música pasa desapercibida y defiendes ideologías de extrema izquierda tienes vía libre para propagar tus salvajadas. Pero ay si te dedicas al pop, llevas treinta años enlazando éxitos y tu posición ideológica es más moderada.
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