Boda de invierno

A estas horas sospecho que mi amigo Claudio Mogilner no se ha recuperado todavía de los apuros de su Argentina del alma -qué difícil es ser argentino y aficionado al fútbol- y es muy probable que José Julio Cortés, procurador y profesor de Derecho, tampoco lo haya hecho de la boda de su hija Vega, ayer en la Capilla de la Universidad, bajo el juramento de los doctores de defender la inmaculada concepción de María, que hemos recordado esta semana. Las autoridades locales juraron ante la Virgen de la Vega. Vega Cortés Pérez-Coco y Rubén de Tejada Gallego se casaron ayer, Sagrario Gallego fue la madrina y mi amigo José Julio fue el padrino. Espectacular la novia y a su altura las damas, Marta Jiménez, CristinaZarza y Rocío Pérez-Coco, juventud en estado puro, que contrastaba con la veteranía de Natividad Ramos, Abel Gallego Moro y Catalina Hernández Cabezas. Entre los invitados, María Jesús Moro, diputada, a la que no le falta lío en el Congreso en estas vísperas navideñas; Emilio García Herrera, subdelegado de Defensa, y Teresa Simarro, su esposa, o José María Lago Montero, catedrático de Derecho Tributario, ciencia inestable como nos muestra la actualidad. Fue una cita solemne, con derroche de elegancia –genial el detalle “chistera”— en la que se notó la mano femenina, y de la que tomaron buena nota por obligación Olga Arabitarte y Jaime Muñoz de Partearroyo, testigos, al igual que Pilar Pérez-Coco, madre de la novia, y José de Tejada Romero, padre del novio, y todo en un día sin lluvia y lleno de felicidad, que rompió la falsa idea de que las bodas son para el verano. La pareja se marcha a recorrer Europa, incluyendo el Vaticano, llevando los parabienes de los invitados, después de cruzar el Tormes, al que Eusebio Leránoz, que gestionará el Plan de Sostenibilidad Turística, que pasa por el río, ha descrito como “personaje en busca de su experiencia turística”.

Atención, porque el Tormes es mucho Tormes, también cuando pasa por Salamanca, desde la Isla del Soto, llena de arte y naturaleza, hasta Tejares, con los ecos literarios del Lazarillo de Tormes o Lope de Vega. El Tormes es La Aldehuela, playa salmantina y escenario de Lunes de Aguas, como cantó Meléndez; el Puente Romano o medio romano, que ejercía de presa en las crecidas, con el verraco y el ir y venir de los peregrinos, al lado de tenerías entre las que surgió la fábrica de luz; o la Peña Celestina, donde estuvo la cueva de la trotaconventos y a la que si acerca su oreja escuchará los cañonazos de la Guerra de la Independencia. Más allá de las Salas Bajas y el Hospital, territorio de la “Múcheres”, el Tormes se reinventa entre huertos, lonjas, molinos recuperados o en expectativa de hacerlo, y otra fábrica de luz, allí donde los tejareños celebraban su hornazo y su romería de La Salud, como siglos atrás lo hicieron los romanos. Enclave ferroviario con mucha historia. Todo eso es nada cuando se tiene en cuenta que al Tormes le debe Salamanca su ser o no ser más que a las alturas del fascinante Cerro de San Vicente.

Más allá del río –sépanlo los novios y vecinos en general– perdemos condición de ilustres: “los dones, el toro de la puente los quita y los pone”. Menudo personaje el río, cantado por el mismísimo Unamuno. Un espacio al que los puentes y los paseos han ido integrando en la ciudad y quitándole la condición de frontera o cicatriz, y que acogió el primer polígono industrial salmantino. “Mirat”, parte de él, se alza sobre las ruinas de aquel Colegio de Guadalupe –felicidades a mis amigas Guadalupe Martín y Guadalupe Lancho– que recuerdo por el río y el santoral, y cuando entramos en la semana de la Nochevieja Universitaria. Atentos.