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El analista Arcadi Espada nos ha recordado hace bien poco las palabras que John B. Watson escribió en 1924: “Denme una docena de niños sanos ... para que los eduque y yo me comprometo a elegir a uno de ellos al azar y formarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger –médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso, sí, mendigo o ladrón-, al margen de su talento, sus inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados”.
Más cerca de nosotros, otro conocido, Herbert Marcuse sostenía que hasta las raíces biológicas (los instintos, los impulsos, los deseos) eran históricamente modificables. Se daba por sobreentendido que proyecto y práctica sociales y culturales harían al nuevo Adán.
La ciencia ha desmentido con contundencia estas majaderías, pero el actual Gobierno español parece creer a pie juntillas en estas falacias que arrastran una estruendosa carraca que lleva muchas décadas desfilando en el irracionalismo. La aprobación de la ley trans es una metáfora de esta lucha final. Cuando un niño puede llegarse a un registro civil y exigir que le cambien el sexo en los papeles con la única póliza de lo que ha dado en llamarse su voluntad sabemos que la apoplejía del sentirse ha llegado a su definitivo estallido. Con estas palabras, más o menos, el citado Espada definía los propósitos que están detrás del proyecto de “ley trans”.
¿Cómo es posible que un adolescente de 16 años pueda cambiar de sexo (género) sin más que acercarse al registro civil? Hasta las feministas más genuinas han denunciado este despropósito legal. Si nos fijamos bien en esta política, la podemos calificar de criminal. Y esa es otras. La palabra sexo está prohibida, hay que usar el término género. Pero quienes nos intentan imponer y nos imponen ese término, ignoran que esa imposición ya se hizo en el Reino Unido en tiempos de la reina Victoria, porque sex les daba grima y preferían genre, como nuestras actuales feministas.
Se trata una vez más de negar que la biología, los instintos, las querencias de la naturaleza pueden torcerse, prohibiendo, por ejemplo, que a las niñas les gusten las muñecas o disfrazarse de enfermeras mientras que a los niños les gusten juguetes como las pistolas y los camiones. Según eso, todo es cultura y, por lo tanto, se puede cambiar. Pues no. No todo es adquirido, hay algo más profundo y eso se llama biología. Y aunque la señora Montero lo niegue, ni ella ni nadie lo va a poder cambiar.
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