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DESDE los centros de decisión de la Unión Europea —sean cuales fueren— amenazan con rotular las etiquetas de vinos, cervezas y licores con la terrorífica ... admonición de que el alcohol mata. Sin distinguir el número de grados de la bebida o si esta proviene de fermentación o destilación. Digamos que la medida serviría de prudente consejo si se centrara en los destilados y, ya puestos, incluyera las bebidas refrescantes azucaradas, las vigorizantes y otras que están en la mente de todos y rebosan de azúcares y cafeína. Me temo que alguien va a pensar que estoy respaldando al ministro Garzón, pero este redundante e inútil miembro del Gobierno ha dicho tantas tonterías a lo largo de su trayectoria que, por pura estadística, en alguna de ellas cabría esperar un atisbo de sensatez.
No veo razonable que se criminalice el consumo moderado del vino o de la cerveza, ingredientes gastronómicos y culturales de secular arraigo en nuestra dieta. Con ello se ponen trabas a unas industrias generadoras de dineros, empleo y ¿por qué no decirlo? pequeños placeres. Nada que objetar contra los abstemios, muy dueños de abstenerse de todo tipo de bebidas alcohólicas, unos por convicción y otros por prescripción facultativa. Pero creo que medir por el mismo rasero el tabaco y determinadas bebidas es algo exagerado.
Quiero pensar que los grandes productores y exportadores europeos, como Francia, Italia o España en el caso del vino, o Bélgica, Alemania y Polonia, en el de la cerveza, se opondrán a tan inusitada propuesta, mientras que otros países ajenos a la Unión Europea, como Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda o Sudáfrica seguirán con su política expansiva y altamente competitiva, salvo que les obliguen, claro está, a incorporar la advertencia en sus exportaciones a la UE. Por otro lado, ahora que hay tantos artísticos diseños en envases y etiquetas, sería una lástima emborronar las señas identificativas de bodegas y fábricas cerveceras con un pegote conminatorio al que, como sucede en las cajetillas de tabaco, se le hará poco caso.
Con todas estas medidas sobre las bebidas y otras muchas que salen de mentes funcionariales ociosas en la Unión Europea, lo que se demuestra una vez más es el poder de los nuevos puritanos, el neopuritanismo garzoniano que pretende señalar lo que debemos comer, beber, etc. Dejemos que cada ciudadano actúe en pleno ejercicio de su libertad y coma y beba lo que le dé la real gana, sin más cortapisas que el cumplimiento de las leyes (de tráfico, por ejemplo). Hace ya casi medio siglo, en los transistores de los patios de vecindad, entre aromas de puchero, berza y tocino rancio, se oía la voz de Manolo Escobar cantando aquello de “Viva el vino y las mujeres”. No seré yo quien le enmiende la plana al que fuera tan popular y querido artista.
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