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¿QUIÉN no se ha puesto alguna vez delante de un espejo simulando encontrarse ante un auditorio repleto de personas a las que tratará de convencer con un discurso que le encumbre para los anales de la historia? Quizás pida mucho. Seguramente Pedro Sánchez lo ... haya hecho. No una vez, ni dos, ni tres. Estoy convencido de que tantas, las suficientes, como para acabar creyéndose todo lo que relata ante su espejo. A buen seguro que también se insinuará Pedro ‘Il Bello’ a su reflejo. “Espejito, espejito, ¿quién es el más guapo, listo, inteligente y sabio de este país?”. Pues eso. Ya está todo dicho. ¿Cuál es el problema? Que como interioriza de tal modo su discurso, ya ni siquiera es capaz de compartirlo en un auditorio, con sus correliginionarios -cada vez menos, por cierto-, y ya no digamos con quienes disienten. Esos ni siquiera tienen cabida en dicha sala. Así las cosas, hace y deshace a su antojo sin ruborizarse lo más mínimo. Porque solo su espejo es quien puede hacerle cambiar de opinión. Las críticas de la calle, de los empresarios ninguneados, de los autónomos que ven cómo cesa su actividad y tienen que seguir abonando su cuota, las de la oposición, las de las víctimas del terrorismo... Todo se lo pasa por el arco del triunfo. Hasta tal punto llega el rostro de ‘Il Bello’ que es capaz de ausentarse de la cámara de representación de todos los españoles el día en el que se debate el estado de alarma.

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