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Desde que hace casi veinte años tengo despacho en la Facultad de Derecho, mi desordenada mesa de trabajo aloja dos piezas de las que no ... prescindiría nunca. Uno es una Constitución que mi tío Miguel Vegas, antiguo Presidente de la Audiencia Provincial, me dedicó cuando inicié la carrera. El otro es una bandera de España que me regaló mi amigo Miguel Ontiveros. Confieso que me divierte pensar en quienes crean que soy alguna clase de extremista nostálgico por el hecho de mostrar la enseña roja y gualda entre tantos libros y papeles.
Si existe la envidia buena, es eso lo que siento cuando veo que en tantos países se exhibe la enseña nacional sin importar la ideología que cada cual tenga. Un estadounidense, un mexicano, un colombiano o un francés no desafían al oponente político usando la bandera como ariete ideológico, ni tratan de menospreciar el patriotismo de sus connacionales que piensen diferente. Nuestra bandera no puede ser símbolo de uno u otro partido político, sino de todos, ni tampoco puede serlo de derechas o izquierdas, sino de todo el espectro ideológico institucional. El uso partidista de los símbolos nacionales –la bandera, el escudo o el himno– los degrada, pues son instrumentalizados en perjuicio de quienes también deben sentirse representados y amparados por ellos.
Quienes visten la bandera para defender una determinada perspectiva se arrogan la exclusiva de su uso legítimo, incrementando tensiones al excluir de la pertenencia a la patria a quienes no concuerdan con su forma de ver las cosas. Que eso ocurra bajo una dictadura, que expulsa a los disidentes, es normal; pero que lo mismo pase en un entorno democrático es, a mi juicio, muy grave.
Los símbolos nacionales reflejan quiénes somos. Constituyen la sintética representación de la convivencia de todos a lo largo de la historia, identificándonos ante el resto del mundo. Deberían fomentar la adhesión emocional hacia nuestra patria, el arraigo a nuestra tierra, mostrando al mismo tiempo la diversidad y riqueza cultural de las nacionalidades y regiones que la integran. Pero no; parece que sólo participamos de esa conciencia cuando hay Mundial de fútbol. Pierde España.
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