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Éramos unos tuercebotas. La supuesta calidad que atesorábamos de nuestros años mozos se había venido abajo con el edad y nos arrastrábamos en una liga de fútbol aficionado con más pena que gloria. Al menos, teníamos claras nuestras limitaciones físicas y desplegamos una táctica que ... nos dio muy buenos resultados. Plantábamos en defensa el autobús que elevó a arte Javier Clemente y lanzábamos balones a Sánchez -apellido ficticio, por supuesto-, un joven y rápido chaval para que se buscara la vida frente a la portería contraria. Era nuestra forma de desatascar los partidos. Y vaya si lo hacía. No ganamos el campeonato, pero ocupamos un honroso lugar que ahora no recuerdo.
A nuestro presidente del Gobierno el encuentro también se le había puesto difícil. Cuando parecía que lo tenía controlado, se vino arriba. Y, ayudado de forma descarada por la trencilla Arrimadas, se volcó en ataque. Se equivocó. No contó con el desparpajo de la interior derecha del equipo contrario, una tal Ayuso, que le volvió loco con sus regates. Su extremo izquierdo, un fichaje reconocible por su coleta, pidió el cambio. Su lateral izquierdo, Luis Tudanca, hizo el ridículo cuando intentó subir por la banda. Una de sus ayudantes -González Laya- la lio con una alineación indebida al meter de tapadillo en el campo de juego a Ibrahim Gali, del Frente Polisario, quien además venía lesionado. Carolina, la canariona organizadora del juego, perdía balones cada vez que intentaba enhebrar una jugada. Bien es cierto que estaba rodeada de contrarios procedentes de todas las comunidades autónomas, pero perdió el control del medio del campo con contradictorias decisiones que le pasaron factura.
Y, por si fuera poco, los árbitros masacraron al equipo de Pedro Sánchez con tarjetas amarillas, la mayoría bien justificadas. La entrada por detrás de Pablo Iglesias en el órgano de control del CNI fue muy fea, hubo manos claras e intencionadas en los indultos a los políticos presos del procés y el intento de engañar al colegiado con unas medidas restrictivas anticovid cuando se estaba saliendo de la pandemia también fue sancionado. Ya se encargó Ayuso de decirle al trencilla que el VAR revisara la jugada.
Los medios de comunicación en masa pidieron cambios ante el acoso incesante de los rivales. La plantilla había entrado en crisis y se reclamaban jugadores nuevos y otro esquema de juego.
Sin embargo, cuando más metido en su área estaba, en apenas 24 horas le llegaron tres balones de oxígeno que lo han resucitado. El primero en forma de manifestación contra los indultos. El miedo a una segunda foto de Colón tuvo su efecto y los partidos participantes no echaron toda la carne en el asador para demostrar que la mayoría de la población está en contra de esta medida de gracia. Algunos presidentes regionales del Partido Popular, como el de Castilla y León, incluso pidieron no ser convocados. No tenían ganas de ser titulares ese día. Se borraron. La concentración -seamos sinceros- no causó el revulsivo que muchos hubiéramos deseado. Es más, la habilidosa jugadora madrileña, que tan buen resultado había dado por la banda, se equivocó en el pase al meter al Rey en danza.
El segundo lo recibió desde Andalucía, donde un hombre de su cuerda como Juan Espadas fulminó la carrera de Susana Sánchez en las primarias socialistas y le devolvió a su patrón el control absoluto del PSOE, si es que todavía no lo tenía.
Y el tercero le llovió horas después en forma de fotografía. Fueron apenas 20 metros, la carrera duró solo 30 segundos, pero Pedro Sánchez consiguió la ansiada imagen de caminar junto al presidente de los Estados Unidos, el demócrata Joe Biden, en Bruselas. En tan breve lapso de tiempo, no creo que el tío Sam pudiera explicarle al ‘rostropovich’ de la política patria una nueva táctica para levantar el encuentro. Tampoco quería escuchar. Solo deseaba un nuevo cromo para su colección.
Visto lo visto, Luis Enrique, si los partidos se ponen cuesta arriba en esta Eurocopa, no lo dudes. Grita desde la banda: ¡Balones a Sánchez, balones a Sánchez!
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