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Ahora mismo me pilla de bajón, y no solo por la marcha de Luis Eduardo Aute al alba. La certeza de que pasaré el Lunes ... de Aguas confinado en casa me ha hundido en la miseria, y aunque tengo hornazo reservado no será lo mismo, como comprenderá, igual que tampoco lo es el pasarlo para el lunes siguiente –octava del Lunes de Aguas—que es la presunta fecha del fin del confinamiento. Se puede pensar en una celebración, pero fuera de la liturgia. El caso es que el Lunes de Aguas no se creó para quedarse en casa sino para todo lo contrario, salir, aunque sea con máscaras o mascarillas, que es lo que viene.
En el maravilloso libro “Salamanca por dentro”, de finales del XIX, su autor, Francisco Fernández Villegas, al hablar del carnaval salmantino de entonces dice: “En Salamanca, como en todas partes, las máscaras se van”. Se refería a su uso público, que cesaba en los salones. Pronto iremos todos con máscaras. Mi amigo Juli, bancario, no sabrá quién entra en su oficina a atracar o buscando cierto interés para su dinero. Mis amigas más fashion no querrán la mascarilla sanitaria corriente y buscarán otras de diseño, que las diferencien, nuestros adolescentes se pondrán más insoportables aún con sus mascarillas y puede que se exija en el dress code socio laboral un cierto tipo o color de mascarilla, como los corporativos verde Iberdrola o rojo Santander. Aquí veo a Fely Campo, Imelda o Concha Ceballos diseñando mascarillas para ceremonias, salir una noche a cenar o sencillamente acudir a trabajar, o a diseñadores de la nueva hornada. No compraremos las sosas y funcionales mascarillas en las farmacias, como ahora, sino en tiendas de moda, de complementos, quizás, y es posible que se abran tiendas especializadas igual que las hay para los protectores de los teléfonos móviles: la casa de las mascarillas. Habrá probadores de mascarillas, mascarillas que hagan ostentación de su marca y mascarillas de invierno, verano y entretiempo. Vamos hacia un baile de mascarillas que promete emociones muy fuertes a la vuelta de unos días, aunque sospecho que no estarán disponibles para el Lunes de Aguas, que pasaremos en casa. Ese día podremos encargar hornazos a los hornos de siempre –hay algunos que ya han avisado de ello– para que los traigan a casa sus repartidores o los esenciales raiders de este tiempo, como una parte de ayuda a nuestra salud anímica y para que nuestro Ion Aramendi en su programa de la tele saque a sus paisanos celebrando el Lunes de Aguas en los salones de casa, conectados por Skype o facetime, donde las estanterías de libros se han convertido en el escenario favorito. ¿Qué mensaje queremos enviar con ese fondo de libros? ¿En el fondo está el mensaje? ¿Ese fondo de lomos de libros y fotos puede despistarnos de la conversación? Hemos discutido de ello en casa y el acuerdo es que estamos dispuestos a desplazarnos: un día hablaremos desde la cocina y otro desde el balcón, por ejemplo, para que vean que no estamos emplazados en el sofá de manera fija, como los mascarores de las fuentes o los balcones.
Ya es fijo, el Lunes de Aguas, cantado por Gabriel Calvo, pintado por Luis de Horna, interpretado en clave mitológica por Luis Maldonado, convertido en literatura por Luciano González Egido, descrito como rito urbano por José Luis Yuste, cita folklórica en Ángel Carril, crónica en Enrique Esperabé o cuestión de estudiantes por Francisco Fernández Villegas, este año se queda en casa. Peor sería, como en los tiempos de guerra o hambre, que no hubiese manera de celebrarlo.
A ver si... aunque fuese con mascarilla.
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