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Con “Filomena” --¡Ay, Filo!”—se nos ha ido Jesús García Rodríguez, que fue cura y párroco de Pizarrales entre 1959 y 2006. Años duros ... para el barrio, hecho a la pobreza y el trabajo, pero también a la solidaridad. Y quien dice pobreza dice miseria. El profesor Gustavo Hernández Sánchez ha publicado recientemente una historia social de Pizarrales y menciona en ella al párroco, que pone en lo más alto de sus logros que el instituto Fray Luis de León se acercara a Pizarrales y otros barrios cercanos, como Salas Pombo, Blanco o El Carmen, poniéndoselo más fácil a los chicos de estos. Pero naturalmente hizo mucho más. Unió a los vecinos para lograr mejoras como la del agua corriente. Con qué orgullo mostró en 2004 las actas con los nombres y apellidos de los vecinos que con su dinero y su trabajo llevaron en 1963 el agua a las casas. Aquel día, 3 de diciembre de 2004, se descubría junto a la iglesia del barrio un busto suyo para que siempre fuese recordado. Cientos de vecinos acudieron al acto, hubo música, recuerdos y discursos. La escultura la realizó Valeriano Hernández. Pocos meses antes, el cura había celebrado sus bodas de oro como párroco, en parte relatadas en su “Solidaridad y comunión”. No se entenderá nunca la historia de Pizarrales sin la de cada uno de sus vecinos y sin mencionar a algunas referencias como Nino Sánchez, cantautor; Eleuterio Sánchez, “el Lute”; Alfonso Sánchez Montero, médico; Victorino Mirón, primer director de las Escuelas Profesionales Salesianas, uno de los edificios que marcan la personalidad del barrio, como la antigua escuela promovida por la Caja de Ahorros, la iglesia “vieja”, el monumento a San Juan Bosco, impulsado por Julián Lanzarote, alcalde con vínculos con el barrio, o el depósito de “los Cañones”. Entre esas referencias estará siempre Jesús García Rodríguez. La nieve de “Filomena” no ocultó el luto del barrio por él.
“Filomena”, “Filo”, no solo ha traído a la memoria aquel “Filomeno a mi pesar”, de Gonzalo Torrente Ballester, a quien habrá que recordar el 27 de este mes, cuando coincida con su fallecimiento en 1999. También hemos recordado el genial “Manuscrito de nieve”, de Luis García Jambrina, que sigue publicando aventuras de su Fernando de Rojas; o el “Día de la nieve”, del bejarano Francisco Fabián y “Después de la nieve”, de Ricardo Martínez Llorca. Hemos recordado en la “burbuja”, también, aquella nochevieja de nieve con cotillones anulados, tacones de aguja por la nieve y ateridos paisanos caminando desorientados. O aquella nevada que dejó incomunicados a estudiantes en la carretera de Zamora y algunas otras “Filomenas” más o menos sonadas.
Hubo en la Salamanca clásica, cuando todos los años había una “Filo”, dicen, una calle de Nevería, que se dedicó después al poeta satírico y burlón Francisco Sánchez Barbero. Formaba parte del área de influencia del mercado de San Martín, así que es posible que allí se mercara con nieve para los pozos de conservación. Era una calle de paso, cuenta Enrique García Catalán en su libro sobre el urbanismo salmantino del siglo XIX, para salvar las empinadas cuestas a la Rúa de Felipe Espino, Jesús y Palominos. Difíciles de subir en días normales e imposible con nieve o barro. Como ahora, más o menos.
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