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Cómo nos gusta vapulear a nuestros santos civiles. Aunque si uno se lleva la palma ese es Tomás Bretón, el insigne músico salmantino del ... que se cumplen hoy 97 años de su muerte, o sea, que vamos hacia su centenario. Dentro de unos días, el 29 de diciembre, también hará 170 años de su nacimiento. Aniversario redondo. No hay nada programado -en realidad nunca lo hay- para sus aniversarios, lo que da cierta pena con dos conservatorios, no se cuántas academias de música, título universitario, una escuela municipal, banda y varios coros. Esta es una ciudad extraordinariamente musical, pero rácana en celebrar a sus santos, llámese Francisco de Salinas o Tomás Bretón.
A don Tomás, le echamos abajo la casa donde nació con sus placas conmemorativas y todo. Estaba en la calle de la Alegría –calle Bretón—con la del Grillo. Fue casa de huéspedes, que regentaba su madre, y entre ellos muchos músicos que actuaron en el Teatro del Hospital, así que sugiere con razón Isabel Muñoz, que ahí se despertó la vocación del chico por la música, y no le digo que no. No busque la casa porque ya no existe, como tampoco el teatro que llevó su nombre desde 1890 cuando sus propietarios -Núñez, Peramato, Santos, Carmona y Brizuela- así lo acordaron, arrinconando el secular Teatro del Hospital del Patio de Comedias. El Teatro Bretón ya no existe desde hace diez años cuando se derribó a toda prisa para nada, porque ahí continúa su solar en expectativa de destino, criando cardos y lagartijas cuando llega el calor. Guardo, por cierto, una piedra del viejo teatro por si un día alguien decide reconstruirlo. La escultura o esculturas de don Tomás parecía que tenían ruedas o el baile de San Vito; fueron de acá para allá: comenzaron en San Justo, luego plaza del Bretón, también se emplazaron en la Gran Vía, llegando hasta el Parque de Bretón en Puente Ladrillo. Alguna hay en el Museo de Salamanca y restos de su escenografía dieron forma en la Plaza de Anaya, cuando aún estaba allí el monumento al Padre Cámara, a una fuente, la Fuente de Bretón. Esculturas que cuando estaban accesibles sufrieron un sinfín de agresiones vándalas, suevas y alanas. Para que no todo sea tan triste, es preciso decir que el medallón de la Plaza Mayor continúa en su lugar. Lo hizo Fernando Mayoral en 2001, así que nos tomamos nuestro tiempo antes de dedicarle un honor que merecía desde mucho antes. También es recordado en la Escuela de San Eloy, cuyo santo patrono se celebró ayer, aunque en realidad, no tuvo lugar; escuela en la que comenzó a triunfar. No preguntaré si es estudiado en los colegios ni tampoco interpretado en nuestros días, si acaso que su poema sinfónico “Salamanca” inspirado en el Cancionero Salmantino de Dámaso Ledesma, se toca menos de lo que merece. Con el tiempo se considerará una pieza nacionalista, rancia, incluso, será incluida en un “Índice” y probablemente borremos todo resto de ella y de Bretón en Salamanca. Ahí lo dejo, por si acaso.
Pero mientras eso llega tengamos un poco más de empatía con el músico: un ramo de flores y un concierto, nada más, o una de sus memorables zarzuelas. Algo que suene a reconocimiento y agradecimiento a quien puso de su parte para colocarnos en el mapa musical de su tiempo. Y ya digo, en tres años tendrá lugar el centenario de su fallecimiento. Cuando en 1950 tuvo lugar el de su nacimiento, Salamanca se movilizó. La oficial, cultural y popular. Ya veremos en 2023. Por cierto, la placa que se puso entonces en su casa natal, desapareció. Ya lo dije, vapuleamos a nuestros santos civiles como nadie.
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