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Ya vamos estando todos. García Carbayo presentó ayer su candidatura municipal unas horas después de que lo hiciese Ana Suárez. Hemos saltado de siglo ... desde la última vez que una mujer se presentó a la alcaldía de Salamanca con alguna garantía: Pilar Fernández Labrador, madre del diputado José Antonio Bermúdez de Castro. Entramos en campaña poco a poco bajo el síndrome de la extrapolación. Los candidatos tienen el reto de convertir a Salamanca en una buena madre, que no solo hechice y dé vivienda apacible a los forasteros, también que cobije a los suyos para que puedan anidar en ella. Se lo deberían recordar las maternidades de Jacinto Bustos Vasallo, en Aldeanueva de Figueroa, y la de Marino Amaya en Huerta Otea e incluso la familia reunida en la entrada de la Vaguada de la Palma, casi a los pies del alcázar salmantino, que esculpió para la Plaza de España Juan Pérez González y terminó en Salas Bajas. Una buena madre en la provincia donde Buenamadre concita muchas devociones, hicimos leyenda de una madre vengadora, María La Brava, y presumimos de la Universidad de Salamanca, alma mater de otras y madre de todas las ciencias. O lo era, ¡ay, madre, qué dudas! Sabemos de madres coraje en Salamanca y de la extinción, poco a poco, de las madres superioras. Isabel la Católica perdió a un hijo en Salamanca, el Príncipe Juan, que quizá esté representado en la rana y la calavera. Tenemos madres dolorosas en catedrales, iglesias, ermitas, capillas... en un espacio en el que la fe es muy estricta: Madre no hay más que una. A veces los niños no tienen más que eso, madre, y su ausencia deja más herida que la del padre, decía la Psicología tiempo atrás.

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