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LAS nuevas tecnologías, la rapidez del mundo en su continua y vertiginosa mudanza, los cambios que se nos avecinan en un horizonte nada claro y ... un hombre que se pierde entre disquisiciones baladí, hacen que no nos demos cuenta de lo que es realmente importante.
A lo largo de la Historia y en todas las religiones, el ser humano ha sabido discernir el grano de la paja, en lo que se refiere al fin de la existencia y al tránsito que nos espera a todos. Ahora desgraciadamente no es así.
Este ojo que observa pone especial atención en la poca importancia que le damos los viadores, al buen morir. El problema de la soberbia, que es sin duda el pecado más pecado de todos junto con la falta de amor, hace que los hombres pensemos que somos inmortales, craso error. Pero en esas andamos y si conociéramos más de la Historia Universal del pensamiento, creo que afrontaríamos el destino final de otra manera.
Ahora sólo nos preocupa cómo terminar con la vida física. Palabras como dignidad, derecho a decidir cómo, cuándo y dónde y programar nuestra muerte como quien programa unas vacaciones, ponen en tela de juicio el axioma de que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma.
Nos preparamos para vivir como si la vida fuera infinita y obviamos deliberadamente lo que sí es infinito de verdad: la muerte. ¡Pero eso da yuyu! No nos preparamos para morir, cuando realmente es el único y último examen, amén de ser la única certeza. Desde siglo XIV ya existen tratados para hacer del tránsito de la vida a la muerte, un camino menos pedregoso. La imprenta ayudó muchísimo a la divulgación de algunos textos como el “Ars moriendi” que se convirtieron en el eje de la vida hasta casi el S. XIX y digo bien de la vida, pues la muerte es la última consecución de vivir. Podemos creernos dioses, pero no lo somos.
El ejemplo tal vez sea hoy mucho más importante que la lectura de algo. Estamos acostumbrados a que tan sólo salgan a la luz mediática los malos ejemplos, pero también hay que hablar de los buenísimos. Hay modelos de buen morir que habitan entre nosotros. Decía San Juan Pablo II que no tuviéramos miedo, y no hay que tenerlo, pero sí hay que prepararse. Hay personas maravillosas que saben caminar hacia el final con la Fe y el Amor a Dios, gente corriente que nos da su ejemplo y el camino a seguir. Preparar el destino final es una Gracia, como don, que hay que pedir y créanme, si se pide se nos dará. El buen hacer de Blanca o José o Juan o Pedro...o el que sea, han de servirnos como paradigma máximo.
El espíritu es lo que realmente nos conforma y lo que sólo llevaremos en el último viaje.
¡Basta ya de tanto cuerpo como si fuera lo eterno! Lo importante es preparar el alma.
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