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Anoche se presentó en la Casa de las Conchas el libro “La Salamanca del siglo XX y el Gran Hotel. Su construcción, vida, muerte y ... momificación”. Su autor es Luis Garrido Borrego, investigador muy solvente, a pesar de su ceguera, que asienta sus afirmaciones en buenas fuentes y datos fiables. Sí, a mí también me llamó la atención que se fijase en el Gran Hotel, con todo lo que se construyó –y destruyó– en el siglo pasado. El Gran Hotel fue una apuesta de la ciudad por el turismo y la modernidad, que resultó acertada porque fue referente de la hostelería urbana hasta la aparición del hotel Monterrey.
Ambos, por cierto, terminaron en las mismas manos y sospecho que terminarán sus días igual. Pero vamos a lo que vamos. Por el Gran Hotel pasaron artistas destacados en su tiempo, los militares golpistas del 18 de julio de 1936, príncipes, actores y actrices, intelectuales, artistas, toreros, deportistas, periodistas famosos, empresarios de éxito y también granujas y golfos. Igual que en cualquier hotel referente de una capital de provincia.
Y terminó sus días en una sonora tormenta que nos llevaba a periodistas y cronistas de los juzgados al Ayuntamiento, y viceversa. Los protagonistas de aquellos días, desde Francisco Gil, acusado de estafa, a Javier Gómez de Liaño, abogado de una de las partes, están en el libro.
Veamos: Manuel Campo y Germán Macías, primeros compradores: Pedro Román y Mario Curto, segundos compradores; Julián Lanzarote, alcalde; Salvador Cruz, Fernando Rodríguez y Francisco Morales, concejales populares; Fernando Pablos y Joaquín Corona, concejales socialistas; Ángel Gamazo, de los Verdes; Moisés Crego, Javier Rey, o Javier Gil, arquitectos; e Isabel Muñoz, de Ciudadanos en Defensa del Patrimonio, por no hacer la lista más extensa porque hay otros actores de reparto en esta historia como jueces, abogados, asesores, notarios y también periodistas claro.
Aquello fue un cocido de difícil digestión con sorpresas todos los días, que terminó con el Gran Hotel por los suelos porque carecía de protección a pesar de encontrarse a escasos metros de la Plaza Mayor y con un Plan General de Urbanismo hecho a medida de algunos. El relato de aquellos días de 2004 y 2005 está en el libro, y casi podría ser un libro en sí mismo con algunos otros episodios que tuvieron lugar en aquellos días.
Pero el fundamento está aquí. Incluido el hecho de que Salamanca también se jugó entonces seguir siendo Ciudad Patrimonio de la Humanidad. No sé cómo se verán retratados los protagonistas en el libro –no es ficción, es investigación e historia– pero no se van a sorprender: lo que sale lo conocen muy bien porque lo vivieron. Quizá podrían aportar algún hecho olvidado u oscuro de aquellos días, para el investigador que venga después. Por cierto, que magnífica tesis doctoral hay en los legajos del sumario de aquella causa.
Hoy el Gran Hotel es lo que es. Otra cosa. Hay cierta referencia a su pasado en un establecimiento de hostelería, pero más allá de esto el edificio acoge inquilinos y vecinos, no huéspedes, y no tiene a sus puertas el trajín de otros tiempos, y que se buscaba cuando se impulsó su construcción. Su arquitecto, Modesto López Otero, y su promotor, Alberto Fernández de Trocóniz, no llegaron a ver cómo terminó sus días el hotel, que desde 1972 era de Francisco Gil. Y si me pregunta si echo de menos el Gran Hotel le digo que sí.
Desde el hall donde veías el trajín de viajeros, a los ventanales con la mejor panorámica de la Plaza del Poeta Iglesias, pero también los dry martini de su bar, las reuniones de la peña “El Vapor”, aquellos rastrillos solidarios navideños, banquetes, desfiles de moda, confidencias en sus sillones, las tertulias de los ganaderos, entrevistas a viajeros ilustres en un salón privado pegado al hall... lo propio del “hotel” de una capital de provincia céntrico e histórico. Así que el libro me ha despertado cierta nostalgia de aquellos días de vino y rosas en sus salones. El siglo XX fue más, mucho más que el Gran Hotel. Pero también fue Gran Hotel.
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